Oniria

Oniria - Lidia Castro Navas

Se apagaron las luces en el área 7C antes de que el suero me hiciera efecto. Mis ojos permanecieron abiertos, aguardando el momento en el que me quedaría dormido por acción de la droga. Agudicé el oído e intenté otear más allá de la hilera de camas que me rodeaban. Mis compañeros permanecían inmóviles y en silencio. Me sentía inquieto, pues era mi primera misión desde que iniciara la instrucción en la academia.

«¿Cuánto tardará esto?», me pregunté justo antes de notar un sopor incontrolable.

***

—¡Vamos, cadetes! —gritó nuestro instructor—. ¡Tenemos noventa minutos!

Me levanté de un saltó y mis piernas respondieron sin problemas, no así mi mente, que seguía adormilada y embotada.

Las camas se habían convertido en simples camastros, solo una tela verde y tensa sujeta a cuatro patas. Las paredes eran del mismo tejido y color; estábamos en el campamento base de Oniria.

Al salir, el Páramo Mardis nos recibió: una llanura yerma, con algunas cavernas y unos cuantos matojos rodantes. Era desolador. Además, todo parecía tan real… de no ser por los destellos; en el mundo de los sueños el ambiente brillaba más, como si los bordes, de todo lo que captaban mis ojos, estuvieran difuminados en luz.

Era lo más próximo a sentirme dentro de un sueño. Casi lo había olvidado ya… Hacía dos años que no experimentaba esa sensación, pues gracias a las nuevas píldoras antisueños nos permitían dormir sin entrar en el estado onírico y así evitábamos estar a merced de las malditas naktis.

—¡A la armería! —vociferó Mylo.

Ya llevábamos los trajes de silicona y solo necesitábamos «armas». La sangre corría rauda por mis venas, junto con el suero que me proporcionaba ese estado de consciencia dentro del mundo de los sueños.

—¡Hay que salvar vidas! —nos animó Tonia, la líder de mi escuadra. Me miró con complicidad, por ser mi primera vez; eso tuvo un efecto positivo en mí.

En la armería me equipé con el sensor de naktis, nuestras partículas enemigas invisibles a ojos humanos; una Ele-K, especie de raqueta que paralizaba a las naktis para capturarlas, pues estas solo podían ser eliminadas en el laboratorio; y un pequeño contenedor cilíndrico y hermético donde retenerlas, que colgué en mi cinto.

Estaba listo y… muy nervioso. En las prácticas de la instrucción, donde se recreaba tanto el entorno de Oniria como a las naktis, había sacado la mayor puntuación de mi promoción. Mylo siempre me repetía lo extraordinario de mi naturaleza, pues era capaz de soportar, en estado de consciencia dentro de la fase REM, más de la media. En una misión, el tiempo iba en nuestra contra, así que, aguantar más que el resto, me hacía mejor; no por ello dejaba de estar inquieto.

Mi formación había durado solo seis meses, cuando el tiempo habitual era de un año. Pero hubo una vacante y, mientras mis compañeros de promoción seguían en la academia, yo había ascendido de forma prematura. Lo malo: los miembros de las escuadras se conocían bien por haber hecho el adiestramiento juntos. Yo solo conocía a Tonia y me sentía un intruso; temía que me vieran como un usurpador, aunque yo no había tenido nada que ver con el desgraciado accidente que le arrebató la vida a Sam, su anterior compañero.

***

Oniria, el mundo de los sueños, se había convertido en el campo de batalla de la actualidad, donde no tenían cabida las armas de fuego ni las químicas ni las nucleares. Las naktis habían sido creadas con un solo objetivo: atacar a los soldados mientras dormían. Todos sabíamos que una persona no podía estar muchos días sin dormir, tarde o temprano sucumbía. Las naktis viajaban a través de las ondas cerebrales y atacaban al subconsciente; te convertían en poco más que un vegetal.

El problema fue cuando estas partículas escaparon y empezaron a campar a sus anchas por Oniria, atacando a todas las personas por igual y reproduciéndose entre ellas; así fue como se inició la guerra de verdad: la guerra contra un mal que solo ataca en el mundo de los sueños, aunque sus terribles efectos aparecen en el mundo real. Dormir se había convertido en una auténtica pesadilla.

Hasta entonces, nadie sabía cómo acceder a Oniria durante la vigilia, conocíamos de su existencia, pero no la forma de entrar ahí manteniendo la consciencia. Gracias a los estudios del Dr. McMillan se logró introducir a un perro en Oniria un máximo de dos minutos. Luego le tocó el turno al primer humano: Akane Himura, una científica japonesa que se ofreció voluntaria ante la posibilidad de pasar a la historia; y lo hizo, se convirtió en la primera humana en entrar en Oniria y aumentar el tiempo de permanencia hasta el límite: noventa minutos. Los daños cerebrales pasado ese tiempo eran irreversibles. Akane pagó un alto precio por pasar a la historia.

***

 —Lo harás bien, Cay. —Tonia interrumpió mis pensamientos—. No te olvides de controlar la RemKit.

—¿RemKit?

—La pulsera de las misiones.

—¡Ah, sí! —dije al recordar lo que llevaba en la muñeca. El RemKit mandaba mis constantes vitales al mundo real y hacía una cuenta atrás de los noventa minutos—. Para controlar el tiempo.

—Exacto. —Sonrió.

Sus rizos, pequeños y oscuros, se le escapaban de la coleta y le caían de forma grácil por el rostro; le daban un aire desenfadado. Su piel brillaba como la superficie de un café manchado con leche y sus ojos, del color del caramelo, me parecían lo más dulce que jamás había visto. No podía negarlo, bebía los vientos por la líder de mi escuadra y, aunque intentaba disimularlo, mi falta de habilidades sociales me hacía parecer un completo idiota cuando ella se dirigía a mí.

Le devolví una tímida sonrisa al tiempo que bajé la mirada para no perderme en sus ojos de nuevo.

***

Una vez equipados, nuestra escuadra de cuatro se distribuyó por el escenario que nos había tocado. Se trataba de «hacer un barrido» por el perímetro hasta hallar a las naktis. Se trataba de partículas subatómicas que contenían dos quarks y un electrón neutrino, se movían de forma permanente, a gran velocidad, y buscaban lugares donde se acumulaba el calor o la luz intensa.

Las naktis podían ir en grupos o estar aisladas, pero siempre dejaban un rastro casi imperceptible, como una delicada tela de araña con su esencia y que también era detectada por nuestros sensores. Todo eso dificultaba encontrarlas. Pero lo que suponía un mayor obstáculo era que parpadeaban, como si fueran un jugador de un videojuego lagueado; aparecían y desaparecían de forma fugaz. Eso las hacía complicadas de rastrear.

Empezamos la búsqueda. Me acerqué los sensores al rostro, que tenían forma de lentes y se me ajustaron alrededor de los ojos automáticamente. Al mismo tiempo se desplegaron unos inyectores laterales que se adhirieron a mi cráneo. Después del pinchazo inicial y la presión, el rastro de naktis apareció en mi campo de visión. Eran como unas minúsculas manchas que dejaban unos filamentos de color de plata.

Alcé la Ele-K y fui moviéndola por el aire, intentando atraparlas. La raqueta emitía un zumbido cuando cortaba el aire; en el momento en que una naktis era interceptada, ese sonido se veía interrumpido por un pitido agudo. Entonces, el mecanismo interno congelaba la partícula y la paralizaba.

Parecía sencillo, pero las naktis se multiplicaban rápidamente y el escenario cambiaba en cada misión; había tantas Onirias como contextos en un sueño.

—Cay, ¿cómo lo llevas? —me preguntó Lía, otra compañera de mi escuadra.

—Bien… —No pude evitar sonar tenso.

—Disfruta del momento y deja fluir.

Ella me guiñó un ojo y mi tensión se disipó un poco.

De repente, empezó a sonar una alarma.

—¡Han encontrado un «nido»! —exclamó ella.

Dar con uno suponía atrapar un montón de partículas a la vez. Había que hacerlo con rapidez para evitar que las naktis se dispersaran.

Corrimos siguiendo las coordenadas que nuestros compañeros nos habían transmitido a través de la RemKit.

—¡Aquí! ¡Traed vuestras raquetas! —gritó Max.

Nos acercamos deprisa y recogimos más naktis de las que había visto jamás juntas en mi instrucción. Todos llevábamos los contenedores llenos y quedaban solo dos minutos, así que decidimos regresar al campamento base. Allí nos despojamos de los sensores y nos autoinyectamos el suero de nuevo; la sustancia que nos sacaría del mundo de los sueños y nos llevaría de vuelta al mundo real.

***

—¡Es la mayor cacería que hemos hecho este año! —dijo Tonia mientras hacía el recuento ya en la academia.

Todos rompieron en un sonoro aplauso.

—Parece que los dioses te han premiado por ser tu primera misión —exclamó Lía mientras me señalaba.

—Es cierto —añadió Max dándome unos golpecitos en la espalda—. Nos tocó el Páramo, uno de los escenarios más fáciles y dimos con un nido. ¡Increíble!

—Será la suerte del principiante —dije yo algo avergonzado.

—Sea como sea la suerte está en la escuadra desde tu llegada —afirmó Tonia con una sonrisa.

Noté cómo se me inflamaba el rostro al tener su mirada posada sobre mí. Por fortuna, Max habló e interrumpió ese incómodo momento.

—¡Tengo hambre! ¿Venís a comer algo? —Habló mientras se tocaba la barriga.

Todos aceptaron, así que nos dirigimos al comedor común y, después de pasar por el mostrador self-service, tomamos asiento y, no solo compartimos la comida, sino que entablamos una conversación distendida.

—¿Qué hay de ti, Cay? —se interesó Max—. Apenas te conocemos, cuéntanos algo.

—No hay mucho que contar… Mis padres ingresaron en el HapNa cuando yo tenía doce años y ningún otro familiar.

—Vaya, lo siento, tío. —Me interrumpió Max.

—Fue entonces cuando me reclutaron en la academia.

—Tuviste suerte de no entrar en ningún hospicio —afirmó Tonia.

—Supongo que el dinero que mis padres habían destinado los años previos a la investigación, antes de caer víctimas de las naktis, decantó mi suerte. —Hice una mueca al pensar que mi destino hubiera podido ser mucho peor—. Al cumplir los dieciocho empecé la instrucción y… —Callé porque no sabía qué más decir.

—Y… ¡Aquí estás! Habiendo completado tu primera misión con éxito —añadió Lía haciéndome un guiño.

Sonreí. Los miembros de mi escuadra empezaban a caerme bien.

***

Necesitábamos cuarenta y ocho horas para eliminar el suero del organismo y volvernos a someter a todo el proceso REM, así que aproveché el resto del día para ir a visitar a mis padres. Se encontraban ingresados en el HApNa, el Hospital de Afectados por las Naktis.

Una vez el cuerpo era invadido por las partículas subatómicas, este entraba en un estado de inconsciencia permanente, como si fuera incapaz de despertarse. Solo el 60% superaba las primeras veinticuatro horas, que eran cruciales; después, era cuestión del estado de cada individuo. Se les mantenía con vida hasta que los órganos fallaban, con la esperanza de encontrar una cura.

—Hola, Cay —me saludó Gess, una enfermera que estaba en la planta de mis padres—. ¿De descanso entre simulaciones?

—No. —Le sonreí—. Estoy de descanso después de realizar mi primera misión.

—¿Ya has promocionado? ¡Enhorabuena! —me felicitó con afecto.

—Gracias —asentí—. ¿Alguna novedad? —le pregunté refiriéndome a mis padres.

—Todo igual. —Hizo una mueca.

Gess era muy agradable conmigo; se había convertido en mi confidente fuera de la academia.

Entré en la habitación y mis padres estaban en sendas camas, uno al lado del otro. Aproveché para peinar a mi madre y recogerle el pelo en un moño; Gess se encargaba de estas cosas, pero me gustaba hacerlo si tenía ocasión.

No paraba de hablar mientras estaba con ellos. Había observado en el monitor cómo sus constantes variaban sensiblemente cuando lo hacía, como si notaran mi presencia.

—Hoy he ido a mi primera misión —empecé a decir—, y he ayudado a capturar muchas naktis.

Dejé el peine sobre la mesilla y me giré hacia la otra cama.

—Sé que estás orgulloso de mí, papá. —Lo abracé con fuerza.

Llamaron a la puerta y apareció Gess.

—¿Se puede? —dijo una vez dentro—. Hora de la cena.

Llevaba consigo dos bolsas con un líquido opaco de absorción percutánea. Adhirió el dispositivo por encima de las clavículas de mis padres y volvió a desaparecer, no sin antes dedicarme una sonrisa.

—Me ha tocado uno de los escenarios más fáciles: el Páramo Mardis —seguí con mi monólogo—. Temía que fueran los Acantilados Sik, no me sentía con ganas de hacer parkour para atrapar naktis.

Entonces, caí en la cuenta de que también nos podía haber tocado cualquier otro escenario desconocido aún. Cuando eso ocurre la escuadra corre el riesgo de perderse y no poder volver a tiempo al campamento base.

—Por cierto, ¿sabías que el nombre del Páramo se debe al primer perro que entró en Oniria? Se llamaba Mardis. Bonito homenaje, ¿verdad?

Solo obtuve un largo silencio por respuesta.

—Gess —dije saliendo de la habitación—, me voy ya.

—Cuídate, Cay. Nos vemos mañana.

Le sonreí. Llevaba yendo todos los días desde que entré en la academia. Seis largos años viendo pasar las estaciones por la ventana de esa habitación silenciosa.

Al recorrer el pasillo vi a unos padres, visiblemente apenados, a los pies de una cama de un bebé de apenas un año conectado a las máquinas. Las naktis no hacían distinciones de edad ni de sexo ni de otra condición. Era desgarrador.

Volví a la academia pensando que yo podía hacer algo para que las cosas cambiasen.

***

En la siguiente misión ya no me sentía tan nervioso. Nos pusimos el traje de silicona, la RemKit y nos inyectamos el suero bifásico: primero nos dormía profundamente, para despertarnos justo al iniciar la fase REM. Cuando abrí los ojos me topé de nuevo con el campamento base, con sus tejidos verdes y sus austeros equipamientos.

—¡Mierda! —exclamó Tonia—. El escenario es desconocido.

—No puede ser… —se lamentó Max.

—No aparece en la base de datos del reconocimiento de entorno —respondió la líder—. O sea, que no dispondremos de radar que nos guíe.

—Lo tenemos jodido —habló Lía sin tapujos.

—Será mejor que no os separéis hoy —intervino Maylo por el comunicador.

Ante nosotros se alzaba un bosque. Al principio, dudé de en qué parte del planeta estábamos, pero el bambú, que ocupaba el puesto de los árboles, me reveló que nos encontrábamos en el sudeste asiático, muy probablemente en Japón.

—Hay multitud de aves —dije mirando al cielo.

—Recuerda que, tanto los animales como las personas que podemos encontrar en Oniria, no son más que hologramas —me advirtió Tonia.

—Aunque parezca que se dirigen a ti, no es real —añadió Max.

—¿Se pueden dirigir a mí? —Eso no llegué a verlo en la instrucción. Estaba claro que los seis meses que me faltaron en la academia habían supuesto algunas lagunas en mi aprendizaje.

—Sí, suelen repetir una acción o decir algo en bucle —me aclaró Tonia.

Avanzamos un tanto lentos entre la niebla y la maleza que apartábamos con nuestras manos. El sonido de una cascada cercana llegó a mis oídos. El paraje natural era de una gran belleza y diversidad.

Alcanzamos un claro en el bosque, donde había una laguna cruzada por un puente de madera desgastada, que conducía a una glorieta de base cuadrada y con dos cubiertas superpuestas. En la superficie del agua, decenas de nenúfares flotaban en su letargo y, a mano izquierda, se extendían una multitud de preciosas hortensias rosadas. Era una bonita estampa.

—¿Vuestros sensores captan algo? —preguntó Lía desconcertada.

—No.

—Es muy extraño, ni siquiera hay rastros. —La preocupación se reflejaba en el rostro de Tonia—. Vamos a dividirnos y así alcanzaremos más superficie. Nuestro tiempo es limitado.

—¿Es prudente? —le preguntó Max—. Ya oíste a Maylo.

—Es que hay algo que no me cuadra… —Ella estaba pensando en voz alta—. Es muy raro que no haya ni siquiera rastros de naktis. ¿En qué otra misión te has encontrado con esto?

—Creo que es la primera vez… Como quieras —respondió al fin, aunque no muy convencido al tener que saltarse una orden de Maylo.

Tonia y Max se fueron por la derecha, perdiéndose en la espesura, mientras que Lía y yo cruzamos el puente en dirección a la glorieta, siguiendo las hortensias. Al acercarnos vimos un edificio detrás: se trataba de una pagoda. Frente a ella, un torii de color rojo marcaba el acceso al lugar sagrado.

—Capto un filamento aquí —exclamó Lía que se encontraba junto a la puerta del templo.

—Deberíamos entrar —le propuse.

—¡Vamos!

Nos adentramos en el edificio de planta poligonal, con unos ocho pisos superpuestos de altura. Unas columnas rojas y doradas daban paso a un espacioso y luminoso interior. Al fondo, tocando a una de sus paredes, reposaba una efigie de un gran Buda sonriente rodeado de un altar lleno de ofrendas: flores, frutas, velas y mucho incienso consumiéndose lentamente. A sus pies había una mujer de pelo liso y oscuro, piel clara y ojos rasgados. Era verdad que parecía una proyección, aunque su presencia me turbaba. Además, se giró hacia nosotros y empezó a repetir unas palabras:

Mada iki teru.

—¿Qué dice? —le pregunté a Lía.

—No lo sé, no la entiendo. —Levantó sus hombros.

Mada iki teru —repitió la mujer.

—Como dijo Tonia, será mejor no hacerle caso. —Lía se puso a buscar con su sensor.

Mada iki teru.

—Mira, aquí hay naktis —me alertó.

Mada iki teru.

A lo mejor era una oración o un mantra… pero no miraba a su dios, sino que sus ojos estaban puestos en nosotros. Era inquietante.

—Ven y trae tu Ele-k.

—Ya voy —respondí sin dejar de observar a esa joven.

Mada iki teru.

Atrapamos unas cuantas naktis y salimos de allí; no sin antes echar un último vistazo a esa enigmática mujer. «¿Qué estaría diciendo?».

Rodeamos el edificio y nos volvimos a encontrar con un frondoso bosque. De entre el bambú y la niebla causada por la condensación de la humedad surgieron Tonia y Max.

—No hay nada más —nos alertó Tonia—. El escenario es circular y converge aquí, en este jardín.

—Hemos entrado en el templo y hemos recuperado unas cuantas naktis —informó Lía.

—Nosotros, ninguna —dijo cabizbajo Max.

—Hay una mujer ahí dentro, creo… —Empecé a decir.

—No es más que un holograma. Será mejor dejarlo por hoy —me interrumpió Tonia.

Acaté su orden, pero estaba seguro de que ese escenario escondía mucho más de lo que nos mostraba. Además, las palabras de la mujer, a las que nadie quiso dar importancia, consiguieron desvelarme esa noche.

***

Otro día de descanso y otra tarde de visita en el HApNa.

—¿Qué tal la caza de naktis? —me preguntó Gess.

—Bien, supongo. ¿Y los avances en la investigación? —le devolví la pregunta.

—Ya sabes que no puedo contarte nada, firmé una cláusula de confidencialidad —me reprendió.

—Ya lo sé, yo también firmé eso al entrar en la academia. Solo es que me gustaría saber si avanzamos o estamos estancados.

—Lo único que te puedo decir es evidente —dijo señalando un monitor—. Nula actividad cerebral, constantes vitales estables y las pruebas experimentales, con el suero que usáis en las misiones para despertaros, resultaron negativas en afectados.

Al momento, bostezó y se llevó la mano de forma rápida al rostro para intentar disimular lo que ya era evidente.

—Lo siento, he dormido poco hoy, he tenido un sueño extraño…

Sus palabras quedaron cortadas, igual que mi respiración.

—¿Es que no tomaste la píldora antisueños? —le pregunté nervioso.

Todo el mundo sabía que era la única forma de protegerse de las naktis.

—No me mires así, es que ayer se me olvidó.

—Fue una temeridad —afirmé. Entonces, observé que Gess se sentía fatal y había confiado en mí al decírmelo—. ¿Y qué soñaste? —Cambié mi tono.

—Es algo que te implica, por eso quería contártelo… Soñé con tus padres.

—¿Qué? —exclamé.

—Tu madre no paraba de repetir: «¡Sigue las hortensias, Cay!». ¿Te dice algo eso?

—Pues no. —No quise revelarle que había visto esas flores en la última misión.

—Quizás es un mensaje… O quizás no es nada… ¡Olvídalo!

Pero no pude olvidarlo.

Se hizo un largo silencio en el que nuestras miradas se perdieron. El ambiente quedó enrarecido.

—Será mejor que continúe la ronda.

Ese día ya no volví a verla de nuevo.

***

Al regresar a la academia, decidí descifrar el mensaje de la mujer del templo. Tonia ya me había persuadido para que lo olvidara, insistiendo en que lo único relevante en Oniria eran las naktis, pero aun así me pudo la curiosidad.

Accedí a un terminal. No tenía ni idea de cómo se escribía, pero recordaba cómo sonaba. Pronuncié en alto las palabras e introduje la grabación en un traductor; de forma automática, apareció el idioma y la traducción: japonés. «Todavía sigo viva».

Ese mensaje no me proporcionó tanta información como creí, pues podía ser una afectada por las naktis y era evidente que seguía con vida…

Me dirigí al laboratorio de registros; quería comprobar algo.

Introduje los datos que mi RemKit había recogido del último escenario. No obtuve una coincidencia exacta, cosa me confirmó que el entorno era desconocido, como ya esperaba. Pero me salió un escenario con el que compartía muchas similitudes; de hecho, era prácticamente el mismo: el bosque de bambú, el jardín, el lago, los nenúfares, las hortensias… todo igual, excepto por una cosa: la pagoda; en ese entorno no había ningún templo.

Demasiadas coincidencias… Me fijé en el nombre de ese escenario sin templo: «Bosque Akane Himura».

¿Akane Himura? Esa fue la primera científica en acceder a Oniria…

¿Y si la mujer del templo era Akane? ¿Y si el mensaje lo mandaba desde su estado de inconsciencia? Si eso era posible, ¿podría haberlo hecho mi madre a través del sueño de Gess?

Muchos interrogantes me asaltaron a la vez.

Casi sin tiempo de reaccionar, busqué en la base fotográfica una imagen de la científica; quería comprobar mi teoría. Apareció ante mí una mujer de rasgos asiáticos enfundada en una bata blanca.

Era ella… ¡la mujer del templo!

***

A la mañana siguiente, cuando estábamos preparándonos para una nueva misión, les expuse mis investigaciones. Obvié el sueño de Gess, pues no quería implicarla.

—¿Entonces la mujer del templo se parece a Akane? —preguntó Max, incrédulo.

—No se le parece —aclaré—; es ella.

—Yo creo que es solo un recuerdo latente que se ha añadido a un escenario que ya existía —dijo Tonia restándole importancia.

Miré a nuestra líder con recelo, pues desacreditaba mis teorías sin conocerlas siquiera, sin darme la oportunidad de explicarme, sin confiar en que quizás había dado con algo importante. Sus ojos de color caramelo ya no me parecieron tan dulces en ese momento…

—Pero… —Lía intentaba ayudarme—. El mensaje es inquietante…

—Eso no lo niego —respondió Tonia—, pero dudo que un afectado por las naktis pueda comunicarse y mucho menos a través de la fase REM.

—En eso lleva razón —intervino Max—. Los estudios apuntan que los afectados por las naktis no tienen capacidad cerebral, o sea que es imposible que alcancen la fase REM.

Tonia y Max estaban en lo cierto, mis investigaciones no se sostenían, me aferraba más a un anhelo que a algo tangible. Y, aunque no pude olvidarlo, di el tema por zanjado.

***

Llegamos al campamento base y seguía sin poder sacarme de la cabeza a Akane Himura.

—Nos ha tocado: «Noche boreal» —anunció Tonia.

—El escenario —me susurró Lía dándome un codazo al verme despistado.

—¡Ah, sí! —Tenía mi mente ocupada—. Es el único escenario de noche, ¿verdad?

—El único conocido —dijo Max guiñándome un ojo.

El cielo era un auténtico espectáculo. Aun siendo de noche se veía con una claridad anormal. Los colores que brillaban en el firmamento nos alumbraban con la intensidad de mil luces de neón.

Una vez más, nos dividimos para abarcar más terreno. Me fui con Lía por la izquierda, hacia el lago, en cuya superficie se reflejaban las luces como si fuera un espejo. Estuvimos siguiendo el rastro de las naktis de camino hacia allí, donde unas hortensias rosadas se extendían por toda la orilla. «¡Hortensias!», me sorprendí. ¿Serían las hortensias a las que se refería mi madre en el sueño de Gess? No podía ser casualidad… Decidí seguirlas y, a medida que nos acercábamos al lugar, una melodía se hizo poco a poco audible.

—¿Es música? —preguntó de forma retórica Lía.

—Eso parece. —Escuché con atención y reconocí la canción—. ¡Es una nana! —exclamé con nostalgia—. Mis padres me la cantaban de pequeño.

—Sí, yo también la conozco. —Lía se puso a cantarla—. Cuando el sol se ha ido ya/ cuando nada brilla más/ tú nos muestras tu brillar/ brillas, brillas sin parar/ Estrellita ¿dónde estás?

De forma involuntaria una lágrima resbaló por mi mejilla. Me la sequé rápido con la manga, pero ya era tarde, Lía se había percatado.

—¿Estás bien?

—Sí, son solo recuerdos…

—Te entiendo. Yo también echo de menos a mis padres. —Su voz se quebró.

No sabía que sus padres también estuvieran afectados.

—Mi madre no superó las 24 horas cruciales. —Bajó el rostro.

—Lo siento mucho. —Me acerqué para consolarla y la estreché entre mis brazos.

La solté de mi abrazo al darme cuenta de que llevábamos ya un rato. Lía había apoyado la cabeza en mi pecho y, al separarme, alzó la mirada y me dedicó una sonrisa de agradecimiento; me enterneció.

—Será mejor que continuemos buscando naktis —dijo.

Recorrimos la orilla del lago, entre las hortensias, en busca de las partículas que tenían la culpa de todas nuestras desgracias.

Miré a Lía y vi en ella algo que no había visto hasta entonces. Ella me creyó cuando hablé del supuesto mensaje de Akane. Me planteé si contarle todo lo que pensaba, sobre…

—…mis teorías —dije en voz alta sin querer.

—¿Teorías?

—Estaba pensando en voz alta —me disculpé.

—Puedes confiar en mí.

La verdad es que confiaba en ella, así que decidí hablar.

—Creo que las consciencias de los afectados por las naktis están en otro… plano.

—¿Otro plano? ¿Como Oniria?

—Sí, pero sería más allá; Oniria solo sería el reflejo de ese lugar. De ahí que nos lleguen escenarios con recuerdos latentes. ¿Y si no fueran recuerdos latentes, sino su única forma de comunicarse?

—Interesante… —afirmó Lía, pensativa—. Y ¿qué nos quieren decir?

—Eso es justo lo que no sé, pero… —Me callé. No estaba seguro de contárselo todo.

—¿Pero…? —me instó a continuar.

—Creo que están atrapados allí.

—¿Y qué podemos hacer para sacarlos?

—Aún no estoy seguro. Aunque creo que recoger las naktis no ayuda. Es más, ¿y si las naktis fueran el único canal para llegar a ese lugar?

Se hizo el silencio y ella me miró fijamente como escrutando mis pensamientos. «¿Había hecho bien confiando en ella?». Solo esperaba que así fuera…

***

Salí de la academia y me dirigí al HApNa a pasar la tarde.

—Han empezado a desconectar a algunos de los afectados —me dijo Gess con el rostro desencajado.

—¡¿Por qué?! —pregunté perplejo.

—Creen que no se encontrará la cura y los costes son elevados. Lo primero ha sido retirar subvenciones y han convencido a familias con pocos recursos de que es la mejor decisión.

—¡No pueden obligarme a hacerlo! —exclamé con indignación—. Si me retiran la asignación estatal no podré mantenerlos.

—Ojalá encontrásemos una forma de «curarlos».

***

Volvía a encontrarme entre los bambús del «Bosque Akane Hirumi 2», así fue como llamamos al escenario desconocido. Me dirigí con decisión hasta el templo, en busca de la científica, quería conseguir más información. Entré en la pagoda, pero el interior no era como lo recordaba; de hecho, ni siquiera era un templo, sino que se trataba de una sala de hospital, con una hilera de camas con pacientes conectados a máquinas. Entre las personas que había allí inconscientes, reconocí a mis padres y a la propia Akane. «¿Dónde me encontraba?», me pregunté extrañado.

Pero lo más raro no era el lugar, sino que al lado de cada cama había unas figuras translúcidas. Un momento… eran ellos mismos, pero… ¡Estaban tumbados en la cama y a la vez de pie junto a esta! ¿Cómo era eso posible? ¿Eran sus proyecciones? ¿O tal vez sus consciencias? No, instintivamente, supe qué eran: ¡Eran sus almas!

Me acerqué a una de esas figuras con temor y comprobé que llevaba en la mano una especie de cordón. Parecía un filamento de plata como el que las naktis dejaban a modo de rastro. El cordón plateado estaba conectado a ellos en la zona donde estaría el ombligo y sostenían en la mano el extremo final, que parecía estar cortado. Todos miraban con desánimo a los cuerpos que yacían inconscientes en las camas.

Parecía que nadie se había percatado de mi presencia, como si no pudieran verme. Quise comprobar si era así.

—Papá… —Me dirigí a la proyección de mi padre.

La figura me miró y me mostró el cordón de plata que llevaba en la mano. Lo observé más detenidamente y vi que el extremo aparecía deshilachado, como si hubiera sido arrancando.

—¿Qué puedo hacer? —le pregunté.

Hubo un largo silencio.

—Cay, ¿me oyes? ¡Cay! —gritaba Lía mientras me zarandeaba.

—¿Qué…?  —Mi voz sonó ronca.

—Llegas tarde.

—Pero… ¿no estaba en una misión?

—¿En una misión? ¡Por los dioses! No me digas que… ¿Estabas soñando? —preguntó Lía, preocupada—. ¿Te tomaste la píldora antisueños?

—Bueno… es que… quería comprobar algo.

—¡¿Estás loco?! ¿Por qué te expones a las naktis sin necesidad?

—¿Recuerdas lo que te conté de otro plano donde los afectados están atrapados? —Hice caso omiso a su reprimenda; tenía razón, no podía discutírselo.

—Sí.

—Pues existe; acabo de estar allí. Creo que sé cómo sacarlos. ¿Me ayudarás?

Lía se quedó en silencio y se llevó una mano a la frente.

—No sé por qué hago esto, seguramente sea una locura, pero… vale, cuenta conmigo.

Sonreí; sabía que podía contar con ella.

***

Ese día, después de la rutinaria misión en Oniria, Lía y yo entregamos los contenedores casi vacíos, argumentando que no habíamos encontrado más naktis. En realidad, un tercer contenedor se quedó en nuestro poder, al máximo de su capacidad.

Por la noche, después de la cena, nos retiramos temprano del comedor común. Lía me acompañó a mi habitación; nadie sospechó, pues desde que entrara a formar parte de la escuadra, se nos había visto muy juntos. La verdad es que algo había nacido entre nosotros, aunque no hubiéramos hablado del tema; nuestra complicidad era visible.

—He conseguido un monitor portátil para medir tus constantes —dijo Lía.

—¡¿Cómo?!

—Es que descifré el código de la puerta del laboratorio central —respondió con una risilla pícara.

—Eso es… perfecto.

—Controlaré cada indicador y te despertaré si los porcentajes se acercan a límites peligrosos.

»¿Estás seguro de esto? —me preguntó preocupada.

—Por supuesto —respondí con firmeza, intentaba transmitirle la seguridad de la que carecía realmente.

Me enfundé el traje de silicona y me equipé con la RemKit, el visor de naktis y el contenedor lleno de ellas. En la repisa metálica de al lado de mi cama, reposaban las píldoras antisueños. Eché un vistazo al blíster casi lleno; hoy tampoco la tomaría.

Me tumbé y Lía se ocupó de conectar el medidor de constantes. Estaba todo preparado. Me iba a inducir el sueño, pero sin despertarme en la fase REM; tenía que volver a soñar.

***

Me encontraba otra vez en el «Bosque Akane Hirumi 2». Llegué al claro y vi las hortensias rosas; las seguí en dirección al templo. La sala del supuesto hospital seguía igual que la última vez: las personas tumbadas en las camas se mantenían inmutables, mientras que sus proyecciones continuaban a su lado, de pie y cabizbajas.

Al verme, la proyección de mi padre alzó la mirada. Me acerque a él y, sin hablar, extendí las manos hacia su cordón de plata. Con ayuda del visor comprobé que era un rastro claro de naktis y algunas partículas intentaban en vano abarcar toda la superficie. Entonces, cogí el contenedor lleno. Iba a comprobar, en ese mismo momento, si mi teoría era correcta. Lo abrí, siendo consciente del riesgo que entrañaba eso, y liberé las partículas sobre la mano del espectro, que rápidamente se unieron a las que formaban ya parte del cordón. Empezaron a trenzar una red compleja y a multiplicarse alrededor del hilo de plata, reparándolo y haciendo que su extremo, cortado y deshilachado, volviera a unirse a la persona que permanecía en la cama. Automáticamente, una luz iluminó los dos cuerpos, que se encontraban conectados de nuevo.

***

—Cay, ¿estás bien? —me despertó Lía con suavidad—. Ya ha pasado el tiempo, ¿pudiste hacerlo?

—Sí.

Su rostro se iluminó.

—Vayamos al HapNa —le propuse. Tengo que confirmar mi teoría.

Me ayudó a levantarme y salimos sin intercambiar más palabras.

Mi teoría se basaba en que las naktis eran causa y, al mismo tiempo, consecuencia. Primero, afectaban al cerebro, haciendo que los cuerpos quedaran separados de sus consciencias como si realizaran un eterno viaje astral. Y, luego, enviadas más allá de Oniria, lejos de las naktis, que estaban siendo aniquiladas por nosotros, acababan por romperse los cordones de plata que las unían a sus respectivos cuerpos. Así jamás podrían volver al mundo real. Pero restablecido el cordón… Teníamos una posibilidad de probar otra vez el suero de las misiones en mi padre. ¡Si el cordón de plata estaba bien restaurado, podría volver la consciencia a su cuerpo!

***

Gess nos esperaba en una puerta trasera del HApNa. El horario de visitas ya había terminado, así que tendríamos que entrar a hurtadillas.

—No puedo creer lo que me contaste por el telecomunicador —dijo incrédula.

—Pero aquí estás —le guiñé un ojo.

—Poneos esto. —Nos acercó dos batas blancas—. Seguidme.

Pasamos por la sala de refrigeración y por la zona de lavado. Cuando accedimos a un pasillo, Gess nos indicó dónde mirar para que las cámaras de seguridad no captaran nuestros rostros. Toda precaución era poca.

El camino hasta la habitación de mis padres fue más largo de lo habitual, pero no tuvimos mayor dificultad que esa.

Saqué la ampolla de suero de las misiones. Gess se acercó con un inyector retráctil y se dispuso a probarlo en mi padre. Contuvimos la respiración mientras lo hacía. Y después… Nada. Nada ocurrió.

El desánimo empezó a apoderarse de mí cuando, de repente, un pitido distinto sonó en el panel de las constantes de mi padre: apareció actividad cerebral.

Lía se abalanzó sobre mí y nos fundimos en un emotivo abrazo. Por fin habíamos encontrado la cura.

FIN

Nuevamente, gracias a Ari por la ilustración de Cay en el «Bosque Akane Hirumi 2» y la otra de Lía y Cay vestidos con kimono ❤

Oniria

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Lídia Castro Navàs

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Este relato está debidamente registrado en SafeCreative.

6 comentarios en “Oniria

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