
— ¡Guardiana, despierta!
Me encontraba semiinconsciente sobre un suelo duro y árido. Una voz metálica me hizo volver en mí. No podía levantar los párpados, el fulgor de la luz del sol no me lo permitía. Con los ojos medio cerrados pude atisbar que me encontraba rodeada de coches abandonados. Esos automóviles hacía ya mucho tiempo que permanecían fuera de circulación. Sus chapas estaban oxidadas, las lunas habían desaparecido y sus interiores sin entrañas, eran pasto de las malas hierbas. Todo ello les otorgaba un aspecto fantasmal.
Más allá del cementerio de chatarra se podía ver lo que parecían los límites amurallados de una gran ciudad. Los edificios y muros cercanos estaban en ruinas, pero era fácil intuir que antaño había sido una importante metrópolis. En el suelo solo había tierra y la única vegetación existente eran unos cuantos matojos rodantes, típicos de una zona desértica donde no llueve desde hace largo tiempo. Aún con los ojos casi cerrados, empecé a tomar conciencia de mi cuerpo y a mover las manos para recuperar la flexibilidad de mis articulaciones.
— ¡Guardiana, despierta! Aquí no estamos a salvo.
Y de nuevo volví a escuchar la voz metálica. Esta vez, intenté reconocer con la mirada de dónde provenía. Estaba cerca, pero no era capaz de ver ninguna figura que la acompañase. Abrí los ojos por completo y un extraño objeto volador, del tamaño de un pomelo y con cuatro aristas, orbitaba alrededor de mi cabeza. Emitía una brillante luz desde el centro de su exoesqueleto mecánico. ¿Era eso lo que me hablaba?
— ¡Levanta, guardiana! Tenemos que buscar refugio —dijo con impaciencia.
— Pero… ¿Qué eres? ¿Dónde estoy? —Estaba desconcertada.
— Las preguntas luego, ahora levántate y corre. Los caídos nos vigilan.
¿Había dicho caídos? ¿Y qué se suponía que era eso? Dada su diligencia al hablar, le hice caso y no quise discutir, no me sentía en plenas facultades para ello. Me levanté con dificultad y empecé a moverme siguiendo a esa cosa en dirección a la muralla en ruinas. A lo lejos, oí unos gruñidos y dos siluetas se dibujaron de repente en el horizonte a mi izquierda. Eran dos seres aparentemente humanos en la forma, pero con rasgos propios de insectos mutantes. Uno de ellos tenía cuatro brazos y la cabeza en forma de mantis religiosa, con varios ojos laterales y unas antenas a modo de cornamenta. Sus vestiduras eran propias de combate, con armaduras y capas que colgaban de su espalda. Uno de ellos, el de mayor tamaño y altura, levantó dos de sus cuatro brazos en alto mientras que con los otros dos nos señalaba. ¿Era un arma eso que blandía entre sus manos? De pronto, una energía desconocida me hizo correr con más premura. Sin duda, era la adrenalina generada por el miedo lo que impulsó mis piernas.
Una vez a buen recaudo en el interior de la muralla, el objeto volador empezó a hablar:
— Soy tu espectro —dijo sin más.
— ¿Mi qué? —Necesitaba más información.
— Has sido elegida como guardiana de la luz. A partir de ahora seré tu guía en la lucha contra la oscuridad que se cierne sobre el sistema solar.
No sabía qué decir. Estaba atónita, así que dejé que continuara.
— Te llevaré ante el Orador, él aclarará tus dudas. Pero necesitamos una nave para salir a la órbita. Coge esta arma y dispara a todo lo que veas moverse. Sígueme —dijo para terminar.
Una vez más hice lo que me pedía sin rechistar. Supongo que el estar en peligro no me permitía pensar demasiado. El espectro me guio con su luz por unos túneles muy oscuros que parecían alcantarillas. Corríamos por encima de unas estructuras metálicas a modo de pasarelas. Yo sostenía entre mis manos el arma. Se trataba de un fusil de explorador, rígido, pesado y con un cargador bastante limitado. Aún no conocía el alcance de este, pero debería apuntar bien si no quería quedarme sin munición a las primeras de cambio.
— Apunta a la cabeza —dijo como si estuviera escuchando mis pensamientos.
— De acuerdo —respondí con decisión. Estaba preparada para enfrentarme a mi destino.
Lídia Castro Navàs
Relato basado en el inicio del videojuego Destiny.