Bajo el sol de Luxor

El día volvía a amanecer cargado de energía. La llamada a la oración me había vuelto a despertar, como de costumbre. El sabah se había convertido en mi despertador personal. Aunque ininteligible para una occidental como yo, el murmullo de la plegaria resultaba mucho más agradable y exótico que el pitido insulso de cualquier despertador a pilas.

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Desde mi llegada a Luxor, hacía ya un mes y medio, aún no me había acostumbrado a las diferencias culturales, bien patentes en el día a día y en la forma de hacer de los egipcios, tan cercanos y a la vez tan enigmáticos.

La influencia de Ra sobre el “Valle de las Reinas” se hacía casi insoportable ya desde primera hora de la mañana. El mes de octubre en Egipto no se parecía en nada al otoño que yo recordaba de mi tierra natal. Ni rastro de hojas secas por el suelo, ni días grises y lluviosos, ni ganas de disfrutar de un té calentito… Siempre el mismo calor seco y sofocante.

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Me encontraba dentro de la tienda de telas amarillentas y polvorientas, que ondeaban al ritmo de una brisa perpetua, que incansable soplaba en el desierto día tras día. Mi sombrero Salacot, regalo de mis chistosos amigos antes de partir en la expedición, reposaba encima de algunos documentos desordenados a modo de pisapapeles improvisado. Con todo, lo había usado para resguardarme del sol y evitar así las quemaduras en mi delicado y blanco rostro. Con él puesto, me sentía como una verdadera exploradora en busca de aventuras… No podía evitar que se me dibujara una sonrisa al pensar en esa sensación que no me había abandonado desde que me encontraba en tierras africanas.

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Los avances en las excavaciones eran esperanzadoras, aunque aún no habíamos dado con lo que andábamos buscando: la tumba de la reina Nefertiti, madre de Tutankhamon. Después de la metedura de pata de un colega británico tras afirmar erróneamente que había encontrado su momia, teníamos la obligación, casi moral, de andar con pies de plomo, pues no queríamos ganarnos la enemistad del Ministro de antigüedades de Egipto, el célebre y distinguido egiptólogo Zahi Hawass.

Toda mi vida había girado entorno a mi pasión por la egiptología y, después de los años de estudio e investigación, por fin podía ver mi sueño realizado: formar parte de un auténtico equipo de excavación.

Algo me decía que estábamos a punto de hacer el mayor hallazgo de nuestras vidas…

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Lídia Castro Navàs