Creo que hoy es un día para volver a compartir esta entrada que escribí especialmente para mi madre, que sigue al pie del cañón, pasados ya sus años de jubilarse, que ha ido retrasando por el amor que siente por su trabajo. Ahora, con todo esto de la pandemia, siente que no podrá despedirse como Dios manda, pero sí, lo haremos juntas, y dejaremos una huella en la historia del pueblo.
Gracias, mama, por tantos aprendizajes a tu lado ❤
Sus manos han soportado el calor hasta llegar a ser insensibles; han aguantado la humedad, hasta volverse casi impermeables. Han cortado y han sido cortadas; han golpeado y han sido golpeadas. Han acariciado, mimado, enriquecido y servido hasta quedarse vacías y, a la vez, llenas de satisfacción.
Su corazón acompasa cada uno de sus pasos. Ha latido fuerte, se ha enrabiado, angustiado y emocionado en cada evento preparado. Presente siempre en sus sonrisas, en el fondo de sus ojos y en cada pellizco, cucharada, pizca o puñado.
Manos y corazón, estas son las dos herramientas que mi madre ha hecho servir cada día dedicado a su pasión: la cocina.
Fotos: Montse Si
Este texto lo he escrito especialmente dedicado a mi madre, quien lleva casi toda su vida dedicada a la cocina; un trabajo sacrificado y no siempre agradecido. Con estas palabras quiero agradecerle que me haya transmitido esa pasión…
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El tiempo no existe y hay que compartir siempre. Porque la madre es lo más hermoso que tenemos, hemos tenido y tendremos siempre mientras tengamos vida e incluso más allá…
Un hermoso homenaje a tu madre, Lídia. Mi abrazo desde esa cocina, cualquier cocina, templo de nuestras madres.
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Tienes razón, Julie. El tiempo es solo una percepción. Muchas gracias por tus palabras.
Y has acertado de lleno en el caso de la cocina, porque no solo es su templo, allí donde se ha pasado la mayor parte de su vida, sino también es el espacio donde hemos compartido momentos cómplices.
Un abrazo grande ❤
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