
Una mujer entró en mi anticuario y trajo un collar que formaba parte de una herencia. Lo quería vender porque estaba maldito. Su familia había sufrido infortunios desde su adquisición. Soy bastante escéptica y la joya me había cautivado, así que se la compré sin reparos. La limpié y la coloqué en el escaparate. Al momento, recibí una llamada: mi marido había tenido un accidente, ¿era una coincidencia o sería verdad la historia de la maldición?
Lídia Castro Navàs