Condena

Foto propia. Praga, 2016

Se dice que soplaba un fuerte y frío viento cuando el Dios del trueno se presentó en casa de los gemelos. Fue la madre quien abrió la puerta y al verlo supo que nada podría hacer por calmar su ira. No esperó invitación para pasar y se dirigió raudo hacia donde descansaban los dos jóvenes. Los cogió sin esfuerzo y desapareció con ellos. De nada sirvió el desconsuelo de esa madre. Los dioses siempre cumplían sus amenazas. Los chicos cargarían en su conciencia todo el dolor causado por la guerra que habían provocado. Y así fue, los convirtió en columnas y sobre sus hombros cargó el peso de todo un edificio. Condenados a una eternidad de dolor de espalda.

Lídia Castro Navàs