Viajar con adolescentes siempre es una aventura… No tienes tiempo para aburrirte.

Foto: @lidiacastro79
La peripecia empieza ya en el autobús. Momento del recuento antes de partir: 1, 2, 3,… 28, 29… 36, 37,… Y siempre está el gracioso de turno que te hace descontar y vuelta a empezar (esta vez: 58… de 13 años).
Aún no hemos salido de la ciudad y ya empiezan los: “¿Cuánto falta?” ¡Por dios, si se puede ver el colegio todavía!
Y luego tienes que ir repitiendo una retahíla cansina y anodina llena de:
- “Poneros el cinturón”
- “Culo en el asiento”
- “Pies en el suelo”
- “No comáis”
(Buf me canso a mí misma de oírme…)
Lo peor: los mareos y los vómitos (algo desagradable, cuanto menos, y que puede desencadenar un efecto dominó). Yo siempre rezo para que los que saben que se marean, no hayan desayunado leche y se hayan tomado la “biodramina” antes de salir.
Lo mejor: el micro y las canciones de bus. Esto parece no tener caducidad. Me siento una estrella con el micro en la mano. Hasta que digo: “Una sardina…” y nadie repite (snif).
Puede que las canciones hayan cambiado, pero el espíritu sigue siendo el mismo.
Los años pasan y no te das cuenta… hasta que llegas a una casa de colonias con adolescentes rebosantes de energía que están deseando no dormir. Esa es la verdadera prueba de fuego…

Foto: @lidiacastro79
El “correr por los pasillos” y el “reír/gritar” cual gallinas silvestres en celo, adquieren otra dimensión. Te sientes como una segurata nocturna en una guardería de hormonas. Y cuando por fin, parece que todo se calma y decides enfundarte el pijama y meterte en la cama… vuelve a empezar la “guerra”. Eso es si todo va bien y no hay incidentes. Me refiero a alumnos accidentados, cosas rotas o enfermos. Por suerte, son excepcionales los casos de accidentes graves y desperfectos. Lo que es más común son los resfriados, fiebres y dolores de barriga que, por arte de magia, aparecen siempre durante la noche. En el mejor de los casos, el ibuprofeno lo soluciona todo y duermen del tirón. En el peor, la posibilidad de dormir se esfuma y tienes que hacer de enfermera de guardia en cuidados intensivos.
Esta vez me tocó compartir la litera con una alumna con fiebre alta y delirios (en serio…). Si no es una cosa, es otra, pero dormir, lo que se dice, dormir, no duermes mucho.
Y por la mañana, de excursión por la montaña. Menos mal que con el espectacular entorno se te olvida el cansancio.

Foto: @lidiacastro79
El momento de las comidas son de lo más entretenidas. Organizar las mesas, la limpieza, procuras que todo el mundo tenga lo que necesita, atiendes las alergias e intolerancias, vigilas que todos coman cuanto deben y no menos (ya sabemos las ideas estereotipadas que les mete en la cabeza la publicidad)… Y cuando tú te sientas y empiezas a comer, ellos ya han terminado y tu plato ya está frío. Además, tienen el don del ‘inoportunismo’. Es tomar el primer bocado y ya están ahí, echándote el aliento en tu cogote, preguntándote qué toca hacer después o cualquier cosa que les pase por la cabeza… En fin, que las comidas son rápidas e interrumpidas constantemente.
Y por fin, llega la última noche, con fiesta de despedida, lo que ellos llaman “hacer discoteca”. Durante las semanas previas a la salida no tienen otra cosa en mente:
– ¿Haremos discoteca? -no paran de preguntarte.
Y tú, te haces la loca y les dices que depende,.. que si la casa de colonias nos lo permite,… que si se portan bien,… Pero acabas sucumbiendo a sus deseos. Y es que piensas en lo que sentías tú a su edad y te morías por hacer lo mismo: quedarte en un lado de la sala, mientras los chicos están en el otro lado y va sonando música alta. ¡Esto no cambia!
Hasta que finalmente alguien, sin vergüenza y mucha moral, estrena la “pista” y todos se acaban animando. Después, no hay quien los mande a dormir… Y mientras tú ahí, aguantando el cansancio con buena cara y pensando en que mañana ya estarás en casa y te ducharás en tu baño y dormirás en tu cama…

Foto: @lidiacastro79
La última mañana ya no se levantan por voluntad propia, y tienes que ir, habitación por habitación, abriendo luces y ventanas al grito de: “¡Bueeeenos díaaaas!” (Qué mala soy…). Arrastran los pies todo el día, hasta que volvemos al autobús y solo se escucha el silencio… Y es que el cansancio ha hecho estragos en sus energías (por suerte, tienen un límite). Cuatro horas de bus sin incidentes (a parte de dos vómitos y muchos “¿Cuánto falta?”).
¡Por fin en casa! (Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho).