Le gustaba pasear a media tarde y notar cómo la brisa fresca otoñal le rozaba el rostro. Entre otras cosas, solía sentarse a contemplar el movimiento, casi imperceptible, de los barcos varados cerca de la costa; intentar captar con la vista la línea del horizonte que separa el cielo del mar; repasar mentalmente su vida, lo bueno y lo no tan bueno, y hacer balance; observar a los transeúntes totalmente ajenos a sus cavilaciones vespertinas e inventar historias con todo eso.
Lídia Castro Navàs