Se adentraron en la cueva con agitación e impaciencia. La oscuridad los tragó y Sam encendió la linterna deslumbrando a su amigo, que intentaba comprobar de nuevo la posición en el mapa. Ya habían llegado. Detrás de unas rocas en forma piramidal aguardaba el cofre. Lo abrieron y encontraron un montón de paja, como si fueran las entrañas de un espantapájaros. Desde luego no era el tesoro que esperaban.
Lídia Castro Navàs