
—Mira, allí es donde vivíamos tu abuela y yo cuando nació tu madre.
—¿En ese edificio amarillo?
—No, en el de al lado, el que tiene las ventanas en el tejado.
—¿Y se vivía bien?
—Sí, aunque por aquel entonces el tejado era de pajizo y no teníamos esas ventanas.
—¿Y qué había?
—Simples aberturas. Pero recuerdo que las vistas eran fantásticas desde allá arriba. —Se pone triste— Aunque no tenía mucho tiempo para disfrutarlas porque viajaba mucho por trabajo.
—¿Y la abuela?
—La abuela se quedaba en el nido con tu madre.
—¿Solas?
—¡Qué va! La comunidad era grande. En realidad a tu abuela no le gustaba compartir la buhardilla con tantas familias, pero es lo que tenía ser paloma mensajera con pocos recursos.
Lídia Castro Navàs