La despedida

Se había prometido a sí misma no llorar, pero llegado el momento, la necesidad irrefrenable de sacar el peso que llevaba en su pecho fue más fuerte que su promesa. Se quedó unos instantes en el patio, iluminada tan solo por la luz de un farol. A través de sus lágrimas admiró la ennegrecida piedra de las paredes, los desgastados escalones, esa columna salomónica que dividía dos arcos de medio punto… Recordando, con nostalgia, cada instante vivido allí. Inspiró hondo, se secó las lágrimas con su pañuelo bordado y salió a la calle con la cabeza bien erguida. No sabía lo que le depararía el destino, pero algo en su interior le decía que sería bueno.

Lídia Castro Navàs

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