
Era domingo, pero no un domingo cualquiera, era un día especial. La feria había llegado a la ciudad, por fin. Cuando eso ocurría, las calles se llenaban de música, de paradas y de gente alegre.
La feria para mí significaba muchas cosas, algunas divertidas y otras dulces: atracciones, casetas de puntería, ositos de peluche, algodón de azúcar, manzanas caramelizadas… pero nada tan dulce como un primer beso en lo alto de la noria al atardecer.
Lídia Castro Navàs
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