Esa mañana me había ido a confesar. Llevaba varios días sin poder dormir. Los mismos pensamientos volvían a mi cabeza, una y otra vez, sin poder evitarlos.
¿Cómo podía ser pecado algo que me hacía sentir tan bien? Era una contradicción. No sé cómo me atrevía siquiera a dudar de las normas, pero es que no lo comprendía. ¿Quién era yo para poner en entredicho siglos de enseñanzas?
Lídia Castro Navàs
Para leer otros microrrelatos (o relatos más largos) visita mi biblioteca.
