
—Hazte a un lado, ¿quieres? —dice una.
—Muévete tú —contesta la otra malhumorada.
—¡Qué mal genio! Solo te pedía un poco de espacio —le responde.
—Es que yo tampoco tengo sitio; me están empujando —añade indignada.
—A ver… no os discutáis. Todas estamos algo estrechas hoy y ya sabéis qué pasa si nos ponemos tensas… Que se desatará una tormenta —interviene una tercera.
—¡Dejad hacer el trabajo a nuestro amigo Euro! Veréis cómo nos dispersa —agrega otra más.
—¡Chicas, sois muy impacientes! Jamás había visto unas nubes tan pesadas —se queja Euro, el viento del este.
Lídia Castro Navàs