
La sensación de frío me despertó. La humedad característica del lugar traspasaba hasta el más mullido de los nórdicos. En la tienda me aseguraron que el relleno de plumas de ganso me aislaría completamente, pero lo que no sabía la dependienta es que mi región de origen fue denominada por los antiguos romanos como el lugar de «la eterna primavera». No creo que nunca llegue a acostumbrarme a este clima.
La niebla volvía a cubrirlo todo dificultando la visión. Incluso mi cabeza estaba algo nublada, ya que había pasado la noche en vela pensando en esas cartas manuscritas pertenecientes a mi bisabuela. Leyéndolas y volviéndolas a leer, intentando atar todos los cabos, pero todavía hay muchos sueltos.
Lídia Castro Navàs
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