
¡Cuánta desazón llenando mis días! Los ratos de lectura en el claustro se habían convertido en el momento preferido de mi aburrida existencia. La prohibición de mi padre de montar a caballo me había alejado de los establos, del campo y de lo único que me proporcionaba la libertad ansiada. Ya solo me quedaba perderme en las historias que jamás protagonizaría.
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