
Me gustaba subir al desván de mis abuelos, donde los trastos viejos acumulaban polvo, como solía decir mi madre. Pero según mi visión infantil, allí se escondían objetos extraordinarios y mágicos, el polvo era solo para despistar a los adultos y ahuyentarlos.
Me pasaba horas sentada en el suelo hurgando en las cajas. Los objetos en desuso aguardaban el cálido tacto de mis inocentes manos para adquirir vida y jugar conmigo. Todo volvía a su estado inerte si mi madre se presentaba de improviso. A los objetos no les debían gustar los adultos porque si no, no me lo explico.
Lídia Castro Navàs