Los juegos infantiles en la calle son el mejor recuerdo que un niño puede guardar en su memoria y también en su piel: carreras de obstáculos interminables sorteando a los viandantes; aguantar la respiración detrás de una farola y creer que es el mejor escondite; jugar a fútbol e ir todos detrás del balón sin pensar en las normas; salir con la bici y explorar nuevos mundos a la vuelta de la esquina…
Pero él no experimentó todo eso, no. Solo fue un mero espectador. Y es que él era un niño diferente; su piel no sufrió moratones, ni roces, ni chichones… pues era de cartón. Se dedicaba a observar el mundo detrás de un cristal; el cristal de su escaparate; allí donde pasó su vida como maniquí infantil.