El día que me encontré con mi doble

Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte… ¿Te imaginas encontrarte con tu doble por casualidad? En la calle, mientras cruzas un paso de peatones  de camino a algún lado y, de repente, ahí está, atravesando la misma calle en sentido contrario. Os miráis. Primero de forma casual, después vuestras miradas se sostienen más allá de lo socialmente permitido; incluso giráis el cuello cuando ya no os es posible seguir mirando de frente.

¿Le diríais algo? Yo, sí. No creo que dejara escapar esa oportunidad única. ¡Es mi doble! Somos iguales físicamente e incluso compartimos algo a nivel psicológico ¿no? En ese caso, me caería bien, seguro. Y no es una cuestión de pedantería, es que creo que os pasaría a todos. Y si hay alguien que no se cae bien así mismo, que vaya pidiendo hora a un terapeuta porque seguro que tiene algún trauma personal por resolver.

Pues resulta, que esto es lo que pensaba hasta hace un par de semanas, cuando me encontré con mi doble en una calle principal y muy concurrida de Madrid. Era mi primera vez en la capital y, por supuesto, aproveché la ocasión para confundirme con el resto de turistas que visitan la ciudad. Fui a la plaza del Sol, paseé por la calle Preciados hasta la plaza Callao, hice una foto al cartel de la Schwe… (ups, no sé si está bien incluir marcas comerciales, mejor lo voy a omitir); la lluvia me acompañó por mi visita al Parque del Retiro, donde me refugié en el delicado Palacio de Cristal; dediqué buena parte de mi tiempo a deleitarme con el arte que se encuentra en el Museo del Prado… En fin, ¡lo más típico!

Cuando iba camino de la Puerta de Alcalá, mientras estaba parada en uno de los numerosos pasos de peatones con semáforo, me fijé en una chica al otro lado de la calle. Llevaba un gorro de lana muy molón. A mí me gustan mucho los gorritos y con el frío que hacía me hubiera ido genial tener uno. Fue por eso que me fijé en ella, por el gorro en forma de boina, de color granate y blanco. Después de admirar el susodicho gorro trasladé mi mirada a su cara y me sorprendió descubrir un parecido asombroso a mí misma: tez morena, grandes ojos pardos, pómulos prominentes, barbilla afilada, pelo castaño y corto, escondido bajo el gorro, solo el flequillo liso quedaba a la vista. Era mi viva imagen.

Ella no pareció percatarse de mi mirada descarada pues seguía hablando animadamente con su acompañante: un joven un tanto rechoncho que cargaba con la funda de un instrumento de música; muy probablemente, una guitarra. Ella llevaba las manos libres y no paraba de gesticular, algo que yo suelo hacer mucho. Solo colgaba de su hombro derecho un bolso de piel oscuro.

Pensé que quizá formaban parte de un mismo grupo musical en el que ella era la vocal. Siempre me ha gustado cantar, aunque solo lo hago en el coche o en la ducha. Pero por cuestión de unas afonías tuve que visitar a una terapeuta de esas que tratan los trastornos en la voz, y me comentó que valdría para cantante. Fue halagador saberlo, pero no me sirvió de nada, pues mi trabajo de analista de datos no tiene mucho que ver con cantar, de hecho casi no uso mi voz en toda mi jornada laboral.

Bien, volvamos a mi doble. En ese momento, todo pasó muy deprisa. Un alud de pensamientos desbordaron mi mente. ¿Sería verdad? ¿Era mi doble o solo lo parecía? ¿Debía hablarle? Tal vez, ¿llamar su atención? ¿Acercarme a ella?

Yo estaba enfrascada en mis pensamientos, que repiqueteaban en mi mente como cientos de martillos, cuando el semáforo se puso en verde y todo aquel que esperaba quieto, empezó a moverse. Aquella chica y su acompañante, también. Venían hacia mí, no exactamente de frente, sino por mi derecha y yo seguía parada. De repente, todo el frío que sentía minutos antes se desvaneció y mis manos empezaron incluso a sudar… ¿Qué debía hacer?

Pues bien, fue tal mi estupefacción, que me quedé petrificada. No pude moverme, ni articular palabra. ¡Todo pasó rapidísimo y no supe reaccionar! Perdí la oportunidad de cerciorarme si era mi doble o solo habían sido imaginaciones mías. No creo que se vuelva a repetir esa situación una segunda vez, así que mi consejo es: ¡Si crees haber encontrado a tu doble, no dejes pasar la oportunidad!

@lidiacastro79

Entrada para participar en el Reto «Móntame una escena» del blog Literautas.

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Sin aliento

Salgo de allí corriendo. No podía aguantar más su tono de voz. Mi respiración es entrecortada y el sudor está empapando mi espalda cuando alcanzo la puerta giratoria; nunca me había percatado de lo lento que va el dichoso mecanismo. Apoyo las manos en el cristal para hacer presión y que gire más rápido, pero desisto en cuanto veo al de seguridad mirándome con cara de pocos amigos.

Cruzo la avenida a toda prisa y sin mirar atrás. Necesito recuperar el aliento, así que me refugio en un callejón. Saco mi móvil del bolsillo, tengo una llamada perdida de hace poco. En plena discusión acalorada ni siquiera he escuchado el sonido. Aunque era imposible que escuchara otra cosa que no fueran los gritos que vertía sobre mí el cretino de mi jefe. Yo tampoco me he quedado corta. Le he dicho todo lo que llevaba dentro y lo había estado guardando durante largo tiempo, así que me ha salido todo a borbotones y sin freno.

Todo se remonta a hace dos meses, cuando me encargó que cubriera la noticia sobre un asesinato que tuvo mucho revuelo mediático. Seguí el curso de la investigación a conciencia e invirtiendo más horas de las debidas, entrevisté a todas las personas relacionadas con el asunto e incluso me hice con información privilegiada sobre el caso, gracias a que el investigador al mando de la operación está coladito por mí y con un poco de coqueteo no me fue difícil sonsacarle cierta información clasificada. El caso quedó sin resolver: se encontró el cuerpo, se halló el arma homicida, se determinó la causa de la muerte,… pero no dieron con el culpable. Aun así, mi artículo quedó perfecto y ese día nuestro periódico fue el más leído de la ciudad.

Entonces, ayer se encontró otro cuerpo y mi “informador predilecto” (a quien, por cierto, he decidido dar una oportunidad dejando que me invite a cenar el sábado), me dijo que la forma de la muerte era sospechosamente similar que en el caso anterior. Todo apunta a que se trata de un asesino en serie. La noticia tenía que ser mía, era lo más obvio. ¡Pues, no! Resulta que mi jefe cree que estoy demasiado implicada con el caso y que además, ha escuchado rumores sobre que tengo un lío con un detective y eso da mala imagen para el periódico. “La reputación del periódico es lo primero”. No ha parado de repetir hace un momento. ¿Qué? ¿Y él se incluye en esa reputación? Porque resulta que está felizmente casado, pero tuvo una aventura con su secretaria que fue un escándalo. Y hace apenas tres semanas me hizo proposiciones indecentes, que yo rechacé, claro. ¿O es que él no cuenta a la hora de salvaguardar la honra del periódico?

En fin, no se debió tomar bien que le rechazara entonces y ha aprovechado la ocasión para vengarse y echarme. Pero yo le he querido dejar un recuerdo… Antes de irme corriendo de allí, le he partido la ceja con el libro de recetas de mi difunta abuela que tenía guardado en la oficina. Es lo único que me he llevado con las prisas. Creo que ahora voy a tener más tiempo para cocinar.

Lídia Castro Navàs