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—Necesito las tenazas —dijo mi padre mientras el sudor le caía por la frente.
Tardé varios segundos en encontrarlas entre toda esa maraña de herramientas que llenaban su mesa de trabajo. Antes de que pudiera tendérselas, vino por detrás de mí y las cogió sin siquiera mirarme.
—¡Estas son tenazas de corte! —dijo enfurruñado—. Necesito las que tienen forma de pinza.
Me sentí inútil. Para una vez que quería ayudarle y no hacía más que entorpecer su trabajo. Llevaba semanas con esta obra y se le veía abatido, cansado, con ganas de terminarla.
—Lo siento —me afané a decir. Pero me ignoró.
La última pieza de metal ya estaba sólida pero aún quemaba, por eso necesitaba ese utensilio para cogerla. Ya quedaba menos para terminar.
Después de todo el día en el taller, por fin acabó su obra de arte: una escultura de un niño de mirada pícara y pelo lacio; vestido con pantalones cortos, camiseta raída y un tirachinas en la mano.
Me sentí reflejado en seguida. En ese momento me di cuenta de todo… no es que mi padre me ignorara, es que ya no podía verme. Entonces me sentí orgulloso de su esfuerzo por esculpir la imagen que reposaría encima de mi lápida.
Mis historias y otros devaneos by Lídia Castro Navàs is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
