Escritoras en la Universidad

El pasado 27 de enero dio inicio la cuarta edición de “Escritoras en la Universidad” organizada por el Departamento de Filologías Románicas y el Observatorio de la Igualdad de la Universidad Rovira y Virgili (URV, Tarragona).

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Cartel de las Jornadas

 

El que se celebre en estas fechas no es casualidad: el 27 de enero de 1969 moría Víctor Català, el pseudónimo de la escritora Caterina Albert, quien tuvo que adoptar un nombre masculino para tapar su verdadero género, ya que a los sectores más conservadores de la sociedad no les parecía bien que una mujer escribiera. Se convirtió, años después y sin esperarlo, en el símbolo de la resistencia de muchas escritoras que se negaban a dejar de hacer algo por el simple hecho de ser mujeres.

Este año tuve la suerte de participar en dichas jornadas, y dando el pistoletazo de salida, nada menos. Mi intervención fue la primera, justo después de la presentación del acto a cargo de una de sus organizadoras, la doctora María Dolores Jiménez y de Imma Pastor, directora del Observatorio de Igualdad de la URV. 

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En mi conferencia, dirigida a alumnos, exalumnos y otras persona afines a la Universidad y al mundo de las letras, me centré en mi experiencia como escritora autopublicada. Y expliqué todo el proceso creativo desde que tengo la idea, la desarrollo, la corrijo, la maqueto y la pongo a la venta, no sin antes hacer un poco de márquetin.

Explicado así, parece algo muy rápido y fácil, pero gracias a mis aportaciones, los asistentes pudieron tomar buena nota de la cantidad de faena que se invierte en ello. 

Mi explicación fue acompañada de una presentación de apoyo que me facilitó el enseñar las cubiertas, por ejemplo, o los materiales (marcapáginas, banners, booktrailers, etc.) que diseño después de haber escrito la novela en cuestión. Te muestro la portada y el índice de contenidos que traté: 

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Al final de mi intervención, y como no podía ser de otra manera, sorteé una de mis novelas y para ello tiré por los aires un montón de papelitos con números (lástima no tener una fotografía de ese momento jeje). Aquí tenéis al ganador:

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El calor del público me llegó a través de sus miradas de atención y de las preguntas que me dirigieron mostrando así su interés en mis explicaciones. Tanto fue así que después del evento recibí mensajes por las redes sociales de algunos de ellos confirmándome que lo que traté de transmitir en mi ponencia, les llegó. Ese punto fue lo que más valió la pena de toda la experiencia: el contacto con la gente. 

De hecho, uno de esos alumnos, realizó una reseña del evento describiendo mi intervención y me la mandó. Sus palabras me llegaron hace unos días, cuando llevamos más de un mes y medio de confinamiento y con los ánimos un tanto bajos. Sus palabras me emocionaron y a la vez hicieron que me acordara que no había compartido en el blog esta experiencia, sin duda inolvidable. 

Os dejo con su reseña (él mismo me permitió compartirla aquí con su nombre. ¡Gracias, Óscar!), porque siempre es mejor una mirada ajena que la propia en estos casos. Si haces clic en la imagen, puedes leerla entera. 

reseña Óscar Hernández

Y, para acabar, resulta que al día siguiente de mi participación, salí en el Diari de Tarragona al lado de Marina Mayoral, cosa que fue una sorpresa y a la vez un honor. Si haces clic en la foto puedes leer la noticia digital.

marina mayoral y yo

Lídia Castro Navàs

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En la soledad del laboratorio

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Foto: Pixabay (editada)

El ambiente en el laboratorio estaba bastante cargado, como solía ser habitual. El personal que se ocupaba de la limpieza del edificio anexo a la facultad de ciencias tenía vetada la entrada en él, pues las investigaciones eran demasiado importantes para los estudiantes que se jugaban la nota del final de proyecto. Y, además, eran realmente caras, como para arriesgarse a perderlo todo por un descuido desafortunado.

Las partículas de polvo suspendidas en el aire eran fácilmente visibles gracias a los rayos del sol que se colaban por los porticones entreabiertos de las ventanas. Hacía un día espectacular ahí fuera: el sol resplandecía y el canto de las golondrinas acompañaban esa idílica jornada de domingo. Pero yo, como siempre, prefería enfundarme mi bata blanca y encerrarme en aquel espacio solitario para avanzar mi investigación.

Mis compañeras de residencia debían de estar ya en la piscina del campus, disfrutando del calor recién estrenado. Las podía imaginar sin problemas: tumbadas en sus coloridas toallas, luciendo sus minúsculos bikinis, ante la mirada ávida de los estudiantes de primer año. Pero a mí no me atraía formar parte de ese anodino espectáculo. Ya habían intentado, en balde, convencerme de tomarme el día libre y acompañarlas. Pero había declinado hábilmente su invitación, alegando que llevaba un retraso considerable en la investigación y me apremiaba la fecha límite de la beca que me habían concedido.

En realidad, no llevaba ningún retraso, la investigación iba según el calendario previsto, pero es que realmente no me apetecía tener que salir y socializar con los demás miembros de mi especie. Prefería la compañía de los hongos, que crecían a buen ritmo dentro de las translúcidas cajas petri. Mis callados microorganismos apreciaban el silencio y la calma tanto como yo. No siempre podíamos gozar del silencio a causa del ruido exterior, que se colaba por cualquier resquicio.

Para acallar ese ruido intruso, optaba por la música clásica (bien alta). Pero nada de auriculares, ya lo intenté una vez y llevar el cable colgando por encima de la bata no es muy adecuado; una vez, a punto estuve de tumbar dos probetas con él. Así que, prefería escuchar la música directamente del móvil; y, aunque el sonido no era el óptimo, cubría cualquier ruido ajeno.

Mi investigación se basaba en el estudio y análisis de la diversidad micótica de las islas oceánicas. Disponía de seis meses para tal estudio y ya había consumido cinco de ellos. Me dispuse a observar en el microscopio las nuevas muestras, mientras de fondo disfrutaba del Canon en D de Pachelbel, una de mis melodías preferidas.

Sentada en el alto taburete iba apuntando los resultados en mi bloc de notas, sin levantar la vista del visor. Un estruendo a mi espalda me asustó. Solté el bolígrafo y me levanté. A simple vista no podía verse nada fuera de lugar. El sonido había procedido de uno de los armarios refrigerados donde guardaba las muestras. Mee acerqué con recelo y abrí la puerta con cautela.

Estiré de la palanca que accionaba el mecanismo de la puerta y di un respingo hacia atrás al ver que una de las muestras había multiplicado su tamaño y había roto el recipiente de cristal que lo contenía. El crecimiento anormal de ese organismo era algo insólito. Incluso se había adherido a las paredes del armario y parecía que se estaba alimentando del resto de las muestras. ¡Era inaudito! ¿Estaría frente a una nueva especie sin clasificar?

Lídia Castro Navàs