Entro en la habitación y me dispongo a esperar su llegada. Las puertas de la ventana están abiertas de par en par. Me acerco y apoyo los codos en el alféizar para contemplar el paisaje. Justo en frente, hay dos grandes macetas de barro con geranios colorados que reposan encima de una balaustrada. Su aroma llega hasta mí haciéndome cerrar los ojos e inspirar profundamente. Cuando vuelvo a abrirlos, se detienen en el lago que se extiende más allá de lo que mi vista alcanza. A lo lejos, hay un islote que rompe con las líneas rectas del horizonte y, por encima, la inmensidad del cielo azul teñido de algodones blancos.
– Toc-toc
Llaman a la puerta. Ya está aquí.

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