Mi primer hijo cumplía 5 años y toda la familia se empecinó en que lo mejor era ir a un centro de esos donde hay grandes construcciones de gomaespuma, redes protectoras y piscinas de bolas de colores.
Yo odiaba esos sitios por la masificación y el ruido que se formaba al coincidir varios cumpleaños a la vez, pero ¿cómo negarse?
Acabé por sucumbir a tal martirio.
El día esperado, y después de que los niños devoraran cual jauría toda la merienda con un único ingrediente en común: el azúcar, se dispusieron a zambullirse en los juegos de esa selva acolchada. En un momento dado, mi hijo desapareció víctima de una avalancha de enanos salvajes en la piscina de bolas. Como cualquier padre haría, intenté parecer despistado y hacer caso omiso a las advertencias de mi suegra que me impelían a meterme en esa trampa mortal en busca de mi primogénito.
Al final, volví a sucumbir, dejando patente mi falta de personalidad y carácter impávido. Sostuve la respiración antes de sumergirme en esa pestilente alberca llena de renacuajos, pero pisé algo de forma redondeada. ¿Qué sería? ¿Una bola, quizás? ¡Había miles! ¿Qué podía ser sino? Mi equilibrio se perdió hasta llegar al firme suelo donde me propiné un golpe seco. Perdí la visión no antes de ver que había sido una manzana lo que había pisado.
De repente, los gritos malévolos de niños fuera de sí, me hicieron recuperar el sentido. Cuando abrí los ojos, el polvoriento terreno sobre el que me encontraba brillaba por los rayos del sol que lo bañaban. ¿Dónde estaba? Parecía el patio de mi antiguo colegio.
Vi a un chico tirado no muy lejos de mí, se levantaba con dificultad y se acercaba a las gafas de pasta marrón que estaban tiradas más allá; se las puso y miró alrededor, colocándose de cara a mí. Lo observé y me llamó la atención su atuendo: iba vestido con un chaleco de color mostaza sobre una camisa a cuadros y un pantalón de pana beige. Me vinieron a la memoria unas fotos de mí mismo allá por el año ‘83, cuando cursaba sexto curso de la EGB.
¡Era yo! Mi yo del pasado. Me acordé de que en esos años me solían gastar “bromas” en el recreo que siempre terminaban conmigo en el suelo y mis gafas irrompibles lejos de mí.
A mi alrededor no había nada de plástico, todo era tierra, piedra y metal oxidado. Estaba claro, o bien estaba en una alucinación a causa de la caída de hacía un momento, o bien el golpe me había trasladado de forma mágica a mi pasado. No lo sabía con certeza y tampoco sabía cuándo iba a despertar de ese “sueño”, pero si realmente se me daba una segunda oportunidad de encauzar mi vida, no la iba a desaprovechar.
Me hice con un papel y un lápiz de unas niñas con trenzas que no me sacaron el ojo de encima entre risas y apunté lo siguiente: “No celebrar jamás una fiesta de cumpleaños en un chiquipark” y “Hacer un curso de defensa personal y autoestima”.
De nuevo, todo a mi alrededor se difuminó hasta desaparecer.
Volví a mi realidad y vi que se acercaba una figura: era mi suegra, que me ofrecía un mojito con una sombrillita y me sonreía. Yo estaba reclinado sobre una tumbona de rayas mirando a las transparentes aguas de un mar sereno; más allá, la música sonaba mientras unos niños bailaban y construían castillos en la fina y blanca arena de esa paradisíaca playa. Acepté la bebida y le devolví la sonrisa.
No sabía cómo, pero ¡había funcionado!
Esta es mi propuesta para el Va de reto, desafío literario del blog de JascNet.
Genial, Lídia.
😂😂😂😉
No hay nada más terrorífico que el pasado, al menos para algunos. Esa niñez horrorosa que te hacia creerte tan diferente a los demás.
Y muy acertada la visión del parque «horror» infantil. A veces era un terrible castigo para los padres.
Enhorabuena por tu relato y muchas gracias por participar en el VadeReto. 😉 😘
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Gracias, Jose 😃 Celebro que te guste. Ahora me he fijado que le he cambiado el nombre a tu reto 😅 Menos mal que pongo tu banner 😂😂
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Uy, es verdad. No me había dado cuenta. 😉
No hay problemas.
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¡Arreglado!
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Gracias 🤗😉👍🏼
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Ja, ja, ¡qué bueno, Lídia! Me ha encantado. Esta tarde estamos todos en una piscina de bolas y tirándonos al suelo, a ver si funciona. 🙂
Un besote
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Gracias, Luna 😃 Me alegra que te guste. Espero no leer un titular al respecto: «adultos invaden los chiquiparks y cunden el pánico en la piscina de bolas». 😂😂😂
Besote!
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También podía haber apuntado: «no salir de vacaciones con la suegra». jajaja! 😛
Saluditos. 😉
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Juas, no son las personas de nuestro alrededor el problema, sino nuestra forma de actuar 😛 Al cambiar él, cambia su entorno 😉
Gracias, Little. Saluditos!
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Si los viajes en el tiempo funcionaran, ninguno volveriamos atrás por miedo. a,.. Unos a cambiar el pasado y por lo tanto el presente y otros a… Provocar un futuro que nos desagrada. Es mejor dejar que las cosas vengan tal cual deben de ser, con sus pros y sus contras. 😉
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Supongo que es el miedo a lo desconocido lo que comentas. Yo, con mi curiosidad innata, iría a ver qué hay jajaja
Gracias, Antonio. Un abrazo grande
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Una idea de lo más original. tirar para atrás hasta enmendar el destino con un papel y un lápiz en las manos, ¿Que mejor arma podría encontrar? Un besazo.
¿Un tirachinas y un poco de mala leche?
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Lo del tirachinas se me tenía que haber ocurrido!! Lástima…
Jeje Gracias, Carlos. Un besazo.
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No es posible, eres demasiado buena.
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