
Eileen* volvía a encontrarse en ese laberinto de piedra seca, donde la vegetación crecía sin orden. Caminó con decisión, dispuesta a dar con la llave que abriría esa puerta circular. Estaba segura de que tras ella hallaría la respuesta a todas sus preguntas. Pero, en realidad, la chica no estaba en un laberinto real, sino en uno emocional; y esa llave que ansiaba tener no era más que la fórmula para gestionar todo lo que sentía. No tardaría en dar con la fórmula, mientras tanto, su mente recreaba ese espacio inventado para ayudarla.
*Microrrelato inspirado en la protagonista de mi novela Melodía ancestral.
Esta es mi propuesta para Escribir Jugando de noviembre, un microrrelato de 93 palabras (sin contar el título), basado en el desafío. Descúbrelo.
¡Te invito a participar!
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Te aconsejo unos cuantos. Echa un vistazo en el siguiente enlace:
Lídia Castro Navàs


precioso 👏👏
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Muchas gracias, Manuel. Celebro que te guste. Un abrazo.
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En muchas ocasiones, la llave somos nosotros mismos.
Besitos 😘
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Exacto, Ratoner. Lo pienso igual que tú. Un abrazo y gracias.
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En muchas ocasiones, la llave somos nosotros mismos.
Besitos 😘
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x2 jeje
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Puedes borrar este comentario. Ha salido doble por cosas del WordPress. 😊
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Nada, no molesta. WordPress a veces hace estas cosas. Feliz día ratoner 😊
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Si se recreaba en ese espacio imaginario ¿para que necesitaba la llave? Somos incorformistas por naturaleza. Creo que eso no es malo.
Un saludo
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Bueno, en realidad ella no sabía que el laberinto era un espacio imaginario, ella lo vivía como algo tantible.
Y opino como tú, ser inconformista no es nada malo, al contrario.
Un abrazo.
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Hola, Lidia:
Normalmente, esos laberintos son peores que los físicos… a pesar de que estos son complicados.
Un abrazo. 🤗
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Hola, Mercedes. Así es; atravesar un laberinto emocional no es nada fácil. Pero en la vida transitamos más de uno.
Gracias, un abrazo.
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