Mitología vasca

En una fugaz visita a Bermeo pude descubrir un conjunto escultórico, obra de Néstor Basterretxea, que representa la cosmogonía vasca. Son un total de 18 piezas de bronce situadas alrededor de un pequeño parque circular.

Fue mi gran interés por la mitología y la energía que me transmitieron dichas esculturas, lo que me animó a investigar un poco más y a escribir este post.

Como en toda mitología antigua, en la vasca podemos encontrar un panteón de divinidades muy diverso. Todas ellas muy arraigadas a la naturaleza y con claras influencias de la mitología celta.

Entre las divinidades, destacar a la principal, relacionada con lo femenino:

  • MARI. Diosa más importante y se asocia con la madre naturaleza. Habitaba en las cuevas de las montañas de la región. Su principal morada era la cara este del monte Anboto, de aquí que se la conozca también con el nombre de “Dama de Anboto”.
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Diosa Mari. Foto: @lidiacastro79

Vemos pues, que la mitología vasca da mucha importancia a la fertilidad y al hecho de crear vida propio del elemento femenino. Pocas mitología antiguas tienen como figura principal a una diosa.

Como elemento masculino, me quedo con el siguiente dios:

  • AKER BELTZ. Dios protector de los animales de la casa. También conocido como “Macho cabrío negro”. Estaba presente en los akelarres. Durante la tradición cristiana, en un intento más de desprestigiar los ritos paganos, este dios fue asociado con el demonio.
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Dios Aker Beltz. Foto: @lidiacastro79

Del mismo modo que los dioses pueden crear vida, también pueden traer muerte y destrucción. Es el caso de:

  • EATE. Dios de la tempestad, del rayo, de la riada y del huracán. Muy temido por las consecuencias de sus actos. También conocido como “El que arrasa con las cosechas”.
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Dios Eate. Foto: @lidiacastro79

  • GAUEKO. Dios de la tinieblas y de la noche. Se le representa como un lobo negro, aunque es zoomórfico, puede adoptar distintas formas. Se dice que devoraba a ovejas y pastores. Como le temían tanto, Mari regaló a los humanos la luz de su primera hija ILARGI (Diosa de la luna). Pero no era suficiente, así que les obsequió con la luz de su segunda hija EGUZKI (Diosa del sol).
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Dios Gaueko. Foto: @lidiacastro79

El hecho de que muchos dioses representen elementos de la naturaleza no es por casualidad. No podemos olvidar que las mitologías no son más que el reflejo de la sociedad que las crea, por tanto, no es de extrañar que los dioses vascos tengan tanto que ver con la tierra, pues dependían de ella para su supervivencia.

Lo que sí que me pareció curioso es la existencia de un dios del arco iris, seguramente debido al clima atlántico predominante en la región, donde las lluvias son constantes y no son nada extraños estos fenómenos naturales. El dios en cuestión es llamado:

  • OSTADAR. Dios del arco iris. Se cree que era un puente que unía el dios cielo (ORTZI) con la diosa tierra (LUR).
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Dios Ostadar. Foto: @lidiacastro79

Esta es mi visión inexperta sobre la mitología vasca. No es más que una pequeña aproximación a la cosmogonía según los antiguos vascones, pues como he podido comprobar es muy compleja y dificultosa, puesto que un mismo dios puede ser llamado de diversas maneras y existen diferentes versiones de un mismo mito.

@lidiacastro79

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Bilbo: historia, arte y naturaleza

Bilbo (y no me refiero al de “Bolsón Cerrado”) es una ciudad con mucha historia y eso se refleja en sus calles, edificios y monumentos.

La primera impresión de la ciudad fue desde el taxi a la 1:00 de la madrugada, así que solo recuerdo un confuso juego de luces y sombras mezclado con la humedad del ambiente y el cansancio por el retraso.

Ya de día, y después de haber dormido unas prudentes cinco horas, la visión fue mucho mejor. Salí al balcón, donde unos geranios rojos reposaban frondosos, y el murmullo de la ría Nervión me dio los “buenos días”.

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Fachadas de Bilbao. Foto: @lidiacastro79

De mi observación, destacar las fachadas de los edificios antiguos: con sus porticones de madera, balconadas de hierro forjado y tribunas acristaladas. Y la multitud de flores y plantas que decoraban alféizares y barandillas.

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Detalle tribunas. Bilbao. Foto: @lidiacastro79

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Fachadas de Bilbao. Foto: @lidiacastro79

Su pasado industrial es fácilmente reconocible en algunas reminiscencias aún existentes, como alguna chimenea de ladrillo o la conservación de las fachadas de algunas fábricas y almacenes de la época. Lo histórico convive con lo actual, en una armonía envidiable.

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En primer plano «Variante Ovoide» de J. Oteiza (representa una cabeza con chapela). Al fondo, una chimenea de época industrial. Foto: @lidiacastro79

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Mezcla de lo antiguo y lo nuevo. Foto: @lidiacastro79

El Guggenheim es visita obligada. Solo el edificio ya vale la pena, pero no solo su exterior… el interior es igualmente impresionante.

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Museo Guggenheim de Bilbao. Obra de Frank Gehry.  Foto: @lidiacastro79

Lo más original que pude ver, fue el poema de neón que se podía leer (a gran velocidad) en castellano, en euskera y en inglés. Y las gigantescas estructuras metálicas de Richard Serra.

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«Truisms» by Jenny Holzer. Foto: @lidiacastro79

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«La materia del tiempo» de Richard Serra. Foto: @lidiacastro79

Más inquietante fue la visión de las obras de Louise Bourgeois, aunque pude descubrir en ella a una interesante y traumatizada artista de una vida muy longeva.

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Foto sacada antes de que un «chicarrón» del norte me advirtiera de que no se podía. Foto: @lidiacastro79

Menos suerte tuvimos con el Puppy, que estaba rodeado de andamios y cubierto con unas gruesas telas verdes (foto no disponible por indisposición floral canina).

Callejear por el casco antiguo, bordear la ría paseando y subir al monte Artxanda con el funicular son algunas de las cosas de las que disfrutar si el tiempo acompaña (y si no acompaña, también).

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Puente Zubi Zuri sobre la ría Nervión. Foto: @lidiacastro79

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Vistas de Bilbao desde el monte Artxanda. Foto: @lidiacastro79

Lo de ir de pintxos fue toda una experiencia. Vegetarianos, veganos y macrobióticos (este último, mi caso) no lo tienen nada fácil. Con decir que, para los de Bilbao, el jamón de York y el atún son catalogados de verduras. ¡Que a nadie se le ocurra preguntar si un pintxo, donde está todo trinchadito, contiene carne o lácteos! Porque les sale el lado oscuro y te contestan un “¡Yo qué sé!” acompañado de una cara de perros (abstenerse pues, personas con intolerancias y alergias alimentarias). En fin, me hinché a pintxo de bacalao, que se veía lo que era.

Me quedé con las ganas de probar el marmitako. Por lo visto necesitas reserva para comerlo y no me quedó claro si la causa fue que no era temporada o que el bonito se acompaña de sangre de unicornio en vez de con patatas.

Visitar la costa, es una buena opción cuando ya has recorrido toda la ciudad. Por eso fuimos a Bakio, paraíso de los surfers. Muy buenas vistas desde la playa.

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Playa de Bakio. Foto: @lidiacastro79

San Juan de Gaztelugatxe, fantástica excursión de unas dos horas para ascender hasta la ermita y tocar la campana. Mar y montaña a partes iguales. Y como lucía un sol brillante, nariz y pómulos rojos, de regalo.

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Ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Foto: @lidiacastro79

Y, finalmente, Bermeo, típica zona portuaria con un paseo marítimo lleno de bares y terrazas. Pero con un conjunto escultórico que me sorprendió gratamente sobre la cosmogonía vasca (explicación mitológica sobre el origen del mundo).

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Paseo marítimo de Bermeo. Foto: @lidiacastro79

Y así nos pasaron volando los dos días que estuvimos en Bilbo.

¡Aguuuuuur!