El espléndido día de sol y calor me hacía envidiar un largo paseo por las más de cien hectáreas ajardinadas. No me permitían salir del palacio, pero me conformaba con admirar los jardines desde mi privilegiada posición. Mis funciones eran claras: dejar pasar el fresco, impedir la entrada del sol directo y evitar las miradas indiscretas, excepto la mía; los humanos no saben cómo de curiosos podemos llegar a ser los postigos.
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