Había contado esos escalones en muchas ocasiones. 128. Suponían la distancia que separaba las caballerizas de mi alcoba, situada en lo alto de la torre norte, justo debajo del palomar. Pronto me acostumbré a dormir con sus arrullos y ese olor tan característico. A lo que no me habitué fue a estar tan lejos de ti, de tu calidez, de tu aroma… Cada día recorría los 128 escalones para llegar a la cuadra y estar un rato contigo, cepillarte y hablarte de cómo ansiaba mi libertad. Tú me respondías con tus relinchos, que aunque no los entendía, me reconfortaban sobremanera.
Lídia Castro Navàs