Cambio generacional

En estas fechas tan entrañables se suelen juntar en una misma mesa varias generaciones de la misma familia, dando lugar a conversaciones que destacan por el llamado cambio generacional.

—Los tejidos de antes duraban más —afirmó la voz de la experiencia.

—Pero se arrugaban más fácilmente, en cambio las fibras sintéticas actuales necesitan menos cuidados —dijo la otra.

—¿Qué quieres que te diga? Yo prefería planchar esas sábanas de algodón tan recias. ¡Eso sí que eran unas buenas sábanas que te arropaban por las noches!

—¡Quita, quita! —exclamó la más moderna—, yo las sábanas ni las veo, van directas del tendedero a la cama.

La voz de la experiencia la miró sin decir nada, pero con ese silencio mostró su clara desaprobación.

—Además, —continuó la más joven— yo soy muy ligera y con un golpe de vapor lo tengo listo en poco tiempo; en cambio antes… tenías que pasar tres veces por la misma arruga para que cediera y con el peso… ¡qué dolor de brazo!

—Pero el peso fortalecía los músculos, jovencita. ¿Qué sabrás tú que todavía gozas de la libertad y de la vida activa? —dijo la mayor indignada—. Espera a que llegues a mi edad y te releven por una más joven y nueva. Ya me lo dirás cuando te quedes relegada en un armario.

—Eso falta mucho para que pase —dijo con cierto deje de orgullo.

—Yo no estaría tan segura, he escuchado que para Reyes se ha pedido una de esas de vapor vertical. En unos días te veo conmigo, en el fondo del armario.

—¡Qué vas a oír, tú! Si la cal te tiene los orificios taponados.

Alguien entró en el cuarto de la plancha, interrumpiendo la conversación que había subido de tono. Llevaba una caja en las manos donde se podía leer: “Plancha de vapor vertical”. Y la estaba envolviendo de regalo. A la joven se le escapó una gota de agua de su depósito, sus días estaban contados.

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Aquí están las dos planchas que han ganado respectivamente Carlos y Junior. A ellos les dedico esta entrada por amenizar mi votación de relatos navideños jajaja 😉

¡Gracias por inspirarme!

@lidiacastro79

 

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Aprendiz de mago

Este año mi padre se ha empeñado en enseñarme el oficio. Dice que algún día heredaré el negocio familiar y tengo que conocer todos los aspectos para controlarlo.

A finales de año esto es un hervidero. Sacos y más sacos llenos de cartas que se agolpan por todas partes. Los pajes reales nos las van trayendo. Miles de cartas, tal vez millones. Procedentes de todos los rincones del planeta. Le acabo de proponer sustituir tanto papel por correo electrónico, pero no me ha querido escuchar. Dice que no todo el mundo tiene acceso a internet y, además, qué sería de los pajes y de sus familias, se quedarían sin trabajo.

En fin, nada de cambios en el sistema de pedidos. Por cierto, cada carta viene con un sinfín de peticiones. Según mi padre, cada vez es más difícil satisfacer las exigencias de los clientes. El tema de los juguetes y la tecnología está resuelto, nuestros contactos en Oriente nos proporcionan los mejores precios (no siempre la mejor calidad, pero ese es otro tema).

Lo complicado es cuando te piden cosas como que se acaben los exámenes o que vuelva su perro de entre los muertos. Es comprensible el error. Nos llamamos “magos” pero en realidad no realizamos esa clase de magia. Otra de mis propuestas es un cambio de nombre del negocio, para no crear falsas expectativas. Pero mi padre se ha negado en rotundo.

“No voy a cambiar un nombre que ha funcionado durante siglos”, me ha dicho furioso.

Creo que se ha arrepentido de llevarme con él al trabajo y a media mañana me ha mandado otra vez a la escuela. Me ha dicho que voy a tener que estudiar para ganarme la vida porque no me ve futuro en el negocio familiar.

Lídia Castro Navàs