Bajo el sol de Luxor

Me desperté con la llamada a la oración. El sabah se había convertido en mi despertador personal. Aunque ininteligible para una occidental como yo, el murmullo de la pregaria resultaba mucho más agradable y exótico que el pitido insulso de cualquier despertador a pilas. 

Desde mi llegada a Luxor, hacía ya un mes y medio, aún no me había acostumbrado a las diferencias culturales, bien patentes en el día a día y en la forma de hacer de los egipcios, tan cercanos y a la vez tan enigmáticos. 

***

El día empezaba cargado de energía y la influencia de Ra —dios solar— sobre el Valle de las Reinas se hacía casi insoportable ya desde primera hora de la mañana. Finales de octubre en Egipto no se parecía en nada al otoño que yo recordaba de mi tierra natal: ni rastro por el suelo de las hojas secas y marrones que los árboles habían despojado de sus cuerpos; tampoco esos melancólicos días grises y lluviosos —la verdad es que no me gusta la lluvia, pero cuando hace tiempo que no la ves, la echas de menos—. Y sin todo lo anterior, no hay ninguna gana de disfrutar de un chocolate caliente o de una buena lectura debajo de una manta. 

Siempre el mismo calor seco y sofocante. Había tardado en acostumbrarme a respirar en ese ambiente, aunque ahora mi respiración fuera más superficial y mis fosas nasales necesitaran de frecuentes lavados para eliminar el polvo. 

Me encontraba dentro de la tienda de telas amarillentas, que ondeaban al ritmo de una brisa perpetua, que incansable soplaba en el desierto día tras día —de ahí mis fosas nasales resecas—. El sombrero salacot, regalo de mis amigos antes de partir en la expedición, reposaba encima de algunos planos y mapas desordenados, a modo de pisapapeles improvisado. Con todo, lo había usado para resguardarme del sol y evitar así las quemaduras en mi delicado y blanco rostro. Con él puesto, me sentía como una verdadera exploradora en busca de aventuras. Me hacía sentir una auténtica arqueóloga, mucho más que ese diploma que colgaba en la pared de mi casa y que tanto me había costado conseguir. 

No podía evitar que se me dibujara una sonrisa al pensar en esa sensación que no me había abandonado desde que me encontraba en tierras africanas. Y es que toda mi vida había girado en torno a mi pasión por la egiptología y, después de los años de estudio e investigación, por fin podía ver mi sueño realizado: formar parte de una auténtico equipo de arqueología.

Los avances en las excavaciones eran esperanzadores, aunque aún no habíamos dado con lo que andábamos buscando: la tumba de la reina Nefertiti, madrastra de Tutankhamon y esposa de Amenofis IV, el faraón que convirtió la religión egipcia en monoteísta, con Atón como único dios. Incluso se hizo cambiar el nombre por Akhenaton (amado de Atón).

Después de la metedura de pata de un colega británico tras afirmar erróneamente que había encontrado su momia, teníamos la obligación, casi moral, de andar con pies de plomo, pues no queríamos ganarnos la enemistad del Ministro de antigüedades de Egipto, el célebre y distinguido egiptólogo Zahi Hawass. 

***

Habíamos hecho un descanso para comer algo rápido, ligero. Abusi estaba preparando el té en esa tetera oscurecida por las llamas del fogón portátil cuando recordé que, al principio de llegar, me costaba entender por qué los egipcios preferían más el té negro que un refresco bajo ese sol de justicia. Ahora era yo la que no podía esperar el momento para tomármelo. Theo estaba a mi lado, era mi compañero de fatigas, de origen griego y con quien estaba forjando una entrañable amistad. 

Abusi se acercó con la tetera y nos llenó los vasos. Fue justo con el primer sorbo, amargo y  muy caliente, cuando escuchamos el grito, precedido de un derrumbe de piedras y una espiral de polvo que se alzó marcando el lugar como si fuera una fogata. Theo y yo corrimos hacia allí sin pensarlo dos veces. 

Madu, uno de los geólogos nativos, estaba haciendo la prospección del terreno que íbamos a empezar a excavar, pero la tierra lo tragó sin poder hacer nada por evitarlo. Lo primero que hicimos fue socorrerlo, quitar el máximo de escombro posible para que pudiera salir de allí donde la tierra se había hundido, pero cuál fue nuestra sorpresa al ver que no se trataba de una cavidad natural del subsuelo, sino una entrada tallada en la roca.

Por accidente, como todo (o casi todo) en la historia de la humanidad, había encontrado una nueva cámara funeraria. La expectación era máxima, pues creíamos haber dado finalmente con la tumba de Nefertiti. Aunque lo que encontramos fue algo mucho más inquietante. Era una cámara funeraria, sí, pero…

Al acceder a la celda, el polvo suspendido en el ambiente y la insuficiente luz no nos permitía ver bien lo que teníamos ante nuestros ojos. La linterna de Theo fue la primera en encenderse y a continuación el haz de luz de la mía se le unió. Las paredes estaban totalmente cubiertas con escrituras jeroglíficas y dibujos policromados. En el centro de la pequeña estancia reposaba el sarcófago de piedra más grande que había visto nunca, como si en vez de uno albergara dos difuntos, uno al lado del otro —¿Un matrimonio? No era para nada habitual, lo normal era enterrarse por separado, por eso existían el Valle de los Reyes y de las Reinas; estaban cerca, pero no revueltos— ; la tapa estaba ligeramente corrida y el interior, vacío. Era algo usual encontrar tumbas saqueadas, pero en esta lo único que faltaba eran las momias de los difuntos, pues el ajuar completo, con objetos cotidianos y múltiples joyas, aguardaba en un rincón cubierto por una capa blanquecina. 

Me dirigí a la pared donde aparecía, dentro de una cápsula, el nombre de uno de los difuntos: Yasu. Otra cápsula al lado rezaba: Marya. No los conocía; al menos, no pertenecían a la línea sucesoria de ningún faraón de la dinastía XVIII —la de Nefertiti—. Una imagen suya estaba tallada en bajorrelieve justo al lado del texto que aún no había podido descifrar. Estaban representados a la manera egipcia, aunque sus rasgos eran cauásicos. Él tenía la piel clara, el pelo liso que le llegaba a los hombros y una barba fina. Vestía una sencilla túnica blanca y unas sandalias… Al observar su calzado mi mente se detuvo de inmediato. ¿Podrían ser esas sandalias de estilo romano?

Levanté la mirada de nuevo al rostro de ese hombre. Alrededor de su cabeza había una aureola, que a primera vista había asociado con el dios Ra, pero no era un disco solar sobre su cabeza, más bien sobresalía por detrás. En su mano derecha sostenía una copa, que bien podía ser un cáliz, y parecía entregársela a la mujer. Un momento. Leí de nuevo el nombre; Yasu era una variación de Jesús en copto y Marya era María. Estaba atónita. ¿Podía ser? ¿Podía estar delante del mismísimo Jesús de Natzaret y de María Magdalena? Y si lo eran… ¿Qué significaba esta tumba dedicada a ellos? Sin cuerpos, con un ajuar lleno de objetos… 

Miré a Theo, que estaba haciendo el recuento del ajuar. Cuando nuestras miradas se cruzaron le señalé el cáliz de la pared y él con cara de asombro levantó uno, de las mismas características. 

***

Al día siguiente encontramos el campamento de la expedición desmantelado. Las tiendas recogidas y todos los documentos, diarios de la excavación y planos de las estratificaciones no estaban; incluso no había ni rastro de mi salacot, tampoco de las cajas con los diferentes fragmentos por registrar ni de los objetos que habíamos recuperado del ajuar. De hecho, la entrada a la nueva cámara había desaparecido, rellenada con arena del desierto, como si nunca hubiera estado ahí. 

Unos agentes del gobierno egipcio nos entregaron una carta en la que ponía que nuestro permiso de excavación había finalizado, junto con nuestro visado. Nos instaban a abandonar el país en el menor tiempo posible. 

Antes de la rúbrica del Ministro de antigüedades, había unas palabras en las que lamentaban que nuestras investigaciones no hubieran sido fructíferas, pero nos agradecían el interés, la dedicación y el trabajo realizado en pos del patrimonio del antiguo Egipto. 

Lídia Castro Navàs

En el infierno

Miro el reloj, son algo más de las tres de la madrugada y las bombas siguen cayendo. El silbido ensordecedor que producen los proyectiles en su caída libre se introduce en mi mente con la facilidad con que una piedra rompe un delicado cristal.

De las paredes de roca recientemente excavada cuelgan luces improvisadas. No son más que bombillas que parpadean continuamente y se apagan cada vez que hay un nuevo impacto. La oscuridad solo dura unos segundos; unos segundos que se hacen eternos en esa frágil espera.

El refugio antiaéreo está lleno de gente asustada y eso se traduce en un silencio sepulcral. Nadie dice nada, solo se pueden intuir las respiraciones contenidas y algún que otro gemido, casi imperceptible, que se escapa de forma involuntaria. Ni siquiera las criaturas lloran, como si se les hubiera olvidado hacerlo, como si de repente fueran personas adultas respetando esa mudez tensa con renuncia estoica. Solo hay una cosa que rompe el silencio: las sirenas. Ellas anuncian, incansables, que el peligro llega desde el cielo y que nadie está a salvo.

En este reducido espacio nos hacinamos todos: hombres y mujeres; ancianos y niños. Aquí todos somos iguales; el miedo… el miedo a morir nos iguala; la muerte nos iguala y nos recuerda que nadie es mejor que nadie. Y ese mismo miedo se refleja de distintas formas en los rostros de las personas que me rodean y con quien comparto la respiración contenida, como si el oxígeno de la estancia fuera un bien preciado a punto de agotarse.

Mis manos, sucias y temblorosas, sostienen la cámara con el temor de quien lleva una bomba a punto de estallar. Aunque la acreditación de corresponsal cuelga por encima de mi chaleco bien visible, mostrando el porqué de mi presencia allí, no sé de dónde sacar las fuerzas para levantar mi Canon e inmortalizar este momento.

Los años de experiencia en varios conflictos bélicos distintos no me ayudan a afrontar esta situación por muy similar a las otras que sea. Mi empatía, a veces tan útil y necesaria, se convierte en lo que ahora me impide tener la mente fría.

Inhalo profundo; todo lo profundo que me permite el pecho encogido, y suelto un bufido, que suena más alto de lo que me gustaría admitir, y con el aire dejo ir también mis miedos, mis frustraciones y la desesperanza que anida en muchos de los corazones presentes. Una desesperanza que tiñe de negro el futuro de la humanidad como sociedad. Una sociedad que vive, pero que no sabe convivir. Mucho tenemos que aprender todavía… Y por eso debo continuar con mi labor, para dar a conocer al mundo entero la injusticia, el dolor y el desamparo de los más débiles e inocentes. Me aferro a ese sentimiento mientras alzo mi cámara y así poder seguir un día más en el mismísimo infierno.

Lídia Castro Navàs

Momentos vividos

Sello de Navegante. Destiny 2

Llega el fin de otra temporada y toca hacer balance de lo vivido desde hace cinco años en esta inhóspita galaxia. En mi memoria se arremolinan momentos imborrables de mis particulares aventuras. 

“Los inicios siempre son duros”, dicen por ahí. Y es un tópico que suele cumplirse. Además, empecé en solitario y no puedo negar que fue difícil: moverse por la órbita, conocer a los enemigos, sus puntos débiles y, a través de ellos, conocer los míos. Pero pronto me sentí arropada por un clan en el que pude aprender mucho de mis compañeros de escuadra: el uso de armas que me resistía a usar por falta de habilidad, el miedo ante algunos combatientes que me atemorizaban o la realización de mi primera incursión… Aunque no estuve mucho tiempo en compañía y volví a mis andanzas en solitario.

A partir de ahí, vinieron algunos logros. Aún recuerdo cuando gané mi primer sello como guardiana de la Luz. Era el que me otorgaba la distinción de “Navegante” por mis triunfos en la lucha contra la oscuridad en los diferentes planetas de la órbita. Fue la palmada en la espalda que en esos duros momentos necesitaba y me ayudó a seguir adelante con una labor tan poco agradecida. 

Después de un tiempo sin pisar las arenas de una raid, recibí una invitación inesperada para colaborar en una escuadra de féminas y que se convertiría en mi siguiente casa. Volver a luchar junto a otras guardianas con los mismos objetivos me hizo recordar que la lucha tenía un sentido. Pronto seríamos un clan más grande y mixto, pues unimos nuestras fuerzas a otro grupo de guardianes. Y más tarde, otros se agregaron procedentes del Norte de la órbita. 

De esa etapa recuerdo tener que sortear el espacio en las escuadras, que se llenaban con facilidad. Las actividades eran variadas: crisol, estandarte, gambito… en menores ocasiones conseguimos realizar algunas incursiones con éxito, pero lo que más presente está en mi memoria son las risas compartidas, los apodos graciosos, los chistes en plena lucha que acababan con toda la tensión del momento y ante los que no podías más que rendirte a las carcajadas.

También hubo cabreos, frustraciones ante los fracasos y abandonos que nos llevaron a empezar de cero desde un nuevo hogar. A partir de entonces la Luz de Jade nos acompañaría e iluminaría nuestro camino, junto con las risas, que se han quedado para no irse. Tal vez podamos contar con los dedos de una sola mano nuestros triunfos, pero disfrutamos cada uno de ellos como si valieran todo el lumen de la órbita. 

Así que, compañeros del Norte y del Sur del Norte, levantad el cáliz de éter oscuro y brindemos juntos: ¡Por otra temporada llena de risas!

(Y que no nos falten los dulces horneados de Eva…). 


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de diciembre se ven tres guardianes con las armaduras de gala en los momentos de triunfo y esta es la foto que Pedro me mandó:

Lídia Castro Navàs

Historia de amor en la ZME

Devrim, Destiny 2. Imagen sacada de la red.

Como todo el mundo sabe, aunque se esté librando la más encarnizada de las batallas contra la Oscuridad, la vida sigue: hay muertes, pero también hay nacimientos; hay parejas que se rompen y otras entre las que saltan chispas —en el buen sentido—. 

Hoy te quiero contar una historia de amor que nació en plena Zona Muerta Europea, cuando ese territorio aún existía: Devrim era un gentleman de origen inglés, el mejor francotirador que había defendido la ciudad desde la Edad de Oro. 

Aunque, de entrada, podía parecer un poco distante y malhumorado, resultado de los largos años que había pasado en la soledad de las maniobras militares, en realidad era un perfecto caballero de corazón ardiente. 

Por otro lado, estaba Allie, una hechicera de raza insomne, recién salida de la academia y que acudió a la llamada de Devrim en una de sus primeras misiones. Cuando Allie escuchó la voz de Dev —como le llamaban en confianza— por el intercomunicador, su piel se erizó. Pero la reacción fue todavía más fuerte cuando lo vio en persona. El lugar no podía ser más idílico… encaramado al campanario de esa iglesia en ruinas de Trostlandia.

Allie llegó a la zona y, siguiendo las coordenadas que él mismo le había facilitado, accedió a lo alto de esa torre; allí estaba él: uniforme militar a la antigua usanza, barba de unas semanas, aunque bien recortada y estampada de canas que resultaban muy sexis; fusil en mano, dispuesto por uno de los huecos de las ventanas atrincheradas y con su mirada penetrante puesta en el objetivo. 

Allie llevaba su túnica más nueva, que ofrecía ventajas en el combate, no solo para ella, sino también para los integrantes de su escuadra. Además, iba armada con esa espada que había conseguido recientemente en Marte, y que colgada en su espalda la hacía sentir más segura y más fuerte. 

Cuando sus miradas se cruzaron saltaron chispas. Ella tartamudeó y él sonrió de medio lado. Estaba claro que la conexión había sido instantánea, pero… ¡Sí, hay un pero! Allie no conocía un detalle importante: y es que Devrim bebía los vientos por Mark, su pareja desde hacía años; era abiertamente gay. 

La desilusión que se llevó la chica la usó en el combate, donde demostró ser una de las mejores hechiceras de su promoción, y todo gracias a esa rabia que le nacía del pecho henchido de decepción. 


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de noviembre trae una imagen de esta hechicera en la ZME y esta es la foto que Pedro me mandó:

Lídia Castro Navàs

El circo de la bruma con voz

Javier Matesanz es el creador del podcast «Relatos de misterio y suspense» y ha puesto voz a mi relato: «El circo de la bruma».

Este relato lo escribí para el desafío literario del blog de Jessica Galera Andreu con motivo de Halloween y para ilustrarlo creé esta cubierta:

Gracias a la ambientación y la voz de Javier, el relato ha adquirido vida propia, ¿quieres escucharlo? Haz clic en la imagen siguiente:

Lídia Castro Navàs

Exploración

Universo Destiny

—Aquí la guardiana D-79 en escuadra individual llamando a la Torre —transmitió el espectro—. Necesito permiso del comandante Zavala para explorar el planeta. 

—¿Qué planeta? —preguntó la voz desconcertada del comandante—. Guardiana D-79, las coordenadas que envías no reflejan ningún planeta ni sistema planetario en nuestras cartas de navegación. ¿Dónde narices estás?

—Es que mi nave fue atraída por el campo gravitatorio de un agujero negro y lo traspasé. Al volver, me he topado con este planeta… 

—Bien —respondió Zavala meditativo—. Manda unas capturas antes de traspasar la órbita de ese lugar y que tu espectro tome unas muestras de su atmósfera para que puedas adaptar tu equipo de protección. 

—De acuerdo. ¡Hecho! 

Al bajar de la nave, acompañada únicamente de mi espectro y de mi fusil automático de vacío, me dispuse a explorar el terreno circundante. 

Era un planeta con mucha vegetación, extremada humedad ambiental y muchas ruinas. Me recordaba al antiguo planeta Venus, que antaño fue invadido por caídos y vex. 

Había humedales y pequeños lagos por doquier, de ahí que la vegetación fuera tan exuberante. 

Me hice paso a través de unos escombros, sorteando la maleza con mis propias manos. Entré en lo que parecía un edificio abandonado; un antiguo laboratorio… 

—¡Alerta, guardiana! —me advirtió mi espectro—. Mis escáneres me muestran vida. Aunque… 

—Aunque, ¿qué? 

—Diría que por las lecturas, son repudiados. 

—¿Repudiados? Vayamos a comprobarlo. 

Seguí andando por un pasillo largo y metálico. A lo largo de ese corredor se abrían pequeñas estancias a lado y lado. En las primeras que vi había vasos y tubos de ensayo con diferentes fluidos. En las de más adelante, había un montón de tarros con lo que parecían embriones de alguna clase de animal desconocido. Y, finalmente, vi grandes depósitos de cristal con seres ya crecidos.

Me vino a la cabeza una de mis lecturas preferidas. Solía leer viejos libros, de antes de la llegada del Viajero, que habían sido recuperados y convertidos en archivos digitales. La isla del doctor Moreau de H.G. Wells. Donde un científico viviseccionaba humanos y los mezclaba con animales para crear nuevas especies. Era grotesco. 

Eso mismo es lo que me transmitía el laboratorio en el que estaba: algún repudiado estaba creando engendros para combatir. En los tanques, donde había seres ya adultos, pude reconocer a uno de ellos: de cuatro patas y con un caparazón, a modo de tortuga, que explosionaba al acercarse al enemigo. Era un servidor de Fikrul; daba su vida, cual kamikaze, en nombre de la Oscuridad. 

—¡Guardiana, D-79! —Escuché a Zavala gritar. 

—Aquí, mi comandante —le susurré—. Estoy tomando imágenes de todo, creo que se trata de un laboratorio…

—¡Abandona la misión! No atravesaste un agujero negro, sino un portal interdimensional de los repudiados. 

—Sí, lo sé. Estoy viendo sus experimentos…

—¡Aborta, repito! Esta misión tiene que ser planificada y llevada a cabo por una escuadra mayor. ¡Es una orden!

—Está bien —dije a regañadientes. 

Desandamos el camino recorrido hasta la nave y volvimos a atravesar el portal, no antes de darme cuenta que unas naves enemigas intentaban darme alcance. Estaba claro que mi visita no había pasado desapercibida.

 


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de octubre trae una imagen de este engendro repudiado y esta es la foto que Pedro me mandó el día 1:

Lídia Castro Navàs

El último Dredgen

El Nómada. Imagen sacada de la red

Un sábado normal en la Torre de la última ciudad de la Tierra, dos guardianes se encuentran en cola esperando para entrar en una competición de Osiris. Es fin de semana, eso significa que miles de guardianes compiten por el honor y la gloria de sus facciones, con lo que hay mucho tiempo de espera y por eso se ponen a charlar. 

—¿No te parece extraño que el Nómada esté en la Torre?

—No, ¿por qué?

—Pues porque dicen que es el último Dredgen. 

—¿Qué es un Dredgen?

—¿En serio no sabes qué es un Dredgen? ¿Qué clase de guardián eres tú?

—Uno al que solo le importan las victorias en el Crisol; no presto atención a los chismorreos.

—Pero la historia de los Dredgen no son chismorreos. Escucha, se dice que eran guardianes, como tú y como yo, que luchaban contra la Oscuridad con la Luz del viajero, pero no solo con la Luz…

—¿Qué más usaban?

—También sabían usar la Oscuridad.

—¡¿Qué dices?! Quien juega con la Oscuridad se corrompe. Han habido muchos casos y esos sí que los conozco. 

—Pues los Dredgen eran capaces de usar la Oscuridad para luchar contra ella misma sin corromperse. 

—No me lo creo. ¿Y dices que el Nómada hace eso?

—Sí, de hecho él aprendió a escuchar los susurros de la Oscuridad. Pero hay más…

—¿Más?

 —Lo más extraño es que un chico llamado Shin Malphur persiguió a todos los Dredgen y fue matándolos uno a uno. Como venganza por la destrucción de su aldea a manos de uno de ellos. 

—¿Y qué hay de extraño en eso?

—Espera, déjame contarte otra cosa antes. Resulta que los últimos Dredgen, encabezados por el Nómada, querían evolucionar y conseguir algo más poderoso que la Luz y fueron a explorar más allá del Sistema, pero empezaron a tener desavenencias y malos rollos entre ellos. Acabaron todos muertos. Menos el Nómada, claro… 

—¿Me estás diciendo que el Nómada acabó con ellos? 

—Eso no es lo importante. ¿No te parece extraño que esté aquí tan tranquilo, cuando Shin Malphur anda buscándolo para matarlo?

—Siendo el último Dredgen debería estar oculto. Tienes razón.

—A eso voy… Tengo una teoría.

—Y me la vas a contar, ¿verdad?

—¡Pues claro! Tú presta atención: creo que el Nómada no es el último Dredgen. 

—¿Ah, no? ¿Y quién es entonces el tipejo ese del Gambito?

—Pues creo que es Shin Malphur haciéndose pasar por el último Dredgen. 

—Vaya… 

Les tocó el turno para entrar en la competición y ahí quedó su conversación. Hasta la próxima cola…


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de septiembre trae una imagen del Nómada y esta es la foto que Pedro me mandó el día 1:

Lídia Castro Navàs

La verdad de Fikrul

Fikrul, el Fanático. Imagen sacada de la red

Fikrul me hizo llamar y, de repente, me sentí muy inquieto, pues una nueva guerra se estaba fraguando. 

—¿Me hiciste llamar, señor? 

—Sí, reúne a tu ejército de devastadores y manteneos alerta; en cualquier momento puedo requerir vuestras lámparas de fuego. 

—No es ningún problema, las tenemos engrasadas y listas para hacerlas girar.

—Bien, bien. Me alegra oír eso. 

—¿Contra qué nos enfrentaremos esta vez?

—La Araña; ese insecto inmundo se ha vendido, aliándose con los guardianes.

—Están rabiosos por la muerte de ese vergonzoso cazador.

—Sí, fue una jugada maestra por parte de Uldren matarlo con su propia arma. 

—Pero me atrevo a preguntar… ¿por qué tiene tanto interés en esta costa?

—Esta tierra solo es nuestro puente hasta la ciudad onírica, donde se esconden el resto de esos insomnes a los que el propio Uldren ha traicionado. Ese es mi objetivo real.

Interrumpió en la sala el jefe de los merodeadores. 

—¿Y esos modales? ¿Es que los demonios como tú no saben llamar?

—Lo siento —dijo sosteniendo en alto su pequeño escudo circular—. Es importante.

—¿De qué se trata?

—Es Kaniks… ha muerto a manos de los guardianes. 

—¡Maldición!

—Petra Venj y la Araña les están ayudando. 

—Lo sé. Hay que pararles los pies. 

—Se han propuesto acabar con todos los barones repudiados, mi señor. Se dice que ahora intentan ir a por Pirrha —dijo justo antes de desaparecer por la puerta y dejando a Fikrul pensativo.

—¿Es seguro confiar en Uldren? —intervine yo—. No podemos olvidar que es un insomne, como Petra. De hecho, ella es la más fiel sirviente de la reina y hermana de Uldren. 

—Uldren ya no es un insomne y, además, me salvó la vida.

—No lo sabía…

—Pues creo que es momento de que sepas cómo nací dos veces gracias a él. 

“En algún momento después de la Guerra de los Poseídos, el príncipe Uldren fue corrompido por la Oscuridad y empezó a trabajar para la Casa de los Reyes. Yo había huído del presidio de los ancianos y estaba muy malherido. Él me descubrió cuando apenas me quedaba un hilo de vida; estaba ya a las puertas de la muerte y quiso ayudarme. Usó a Riven, la ahamkara cumpledeseos, no solo para salvarme, sino que al hacerlo, transfirió parte de su Oscuridad a mi Éter Oscuro, convirtiéndome en el primero de los repudiados”.

—Y, ahora que ya sabes la verdad, no vuelvas a desconfiar de Uldren en mi presencia, escoria maldita. 

Salí de allí como una exhalación y sin mirar atrás. Aún me pregunto cómo me atreví a plantearle eso al Fanático, al barón de los barones, al ser más Oscuro de todos los que ha albergado la Oscuridad…

Antes de llegar a la puerta, sentí en mi espalda el dulce y cálido reguero de la muerte; su cuchillo me había alcanzado. 


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de agosto trae una imagen de un devastador repudiado y esta es la foto que Pedro me mandó el día 1:

Lídia Castro Navàs

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Plano ascendente

Plano ascendente. Imagen sacada de la red

Las construcciones de la ciudad Onírica eran de ensueño. Siempre me llamó la atención la capacidad de los insomnes para saberse adaptar al entorno. Sus creaciones se mimetizaban con la naturaleza gracias a sus formas intrincadas y sinuosas, sus colores luminosos y su estética delicada. Todo ello rodeado de esos jardines diseñados artesanalmente, prestando mucha atención a los detalles sin desfigurar la esencia natural del espacio. Una ciudad entera construida de forma armónica y que lucía con belleza innata e imperturbable. 

O, al menos, esa era la impresión que me daba al principio, cuando la visitaba en busca de recursos. Rápido descubriría que esa ciudad escondía mucho más de lo que nos mostraba a simple vista.

Con la llegada de los poseídos se abrió un nuevo plano de la existencia; el llamado plano ascendente: misma realidad, pero infectada por la maldición que atenazaba a los poseídos. Ese fluido negro y viscoso lo recubría todo, oscureciendo la luz natural y desfigurando por completo el esplendor de los insomnes. Los enemigos invocaron ese plano paralelo donde poder esconderse, pero pronto dimos con sus portales y la forma de atravesarlos: usando la “Tintura del florete de la reina”, la esencia ascendida.

Aún recuerdo la primera vez que tuve que tomar una de esas pócimas: bastó una gota para que su sabor intenso y amargo inundara toda mi boca, hasta quitarme la capacidad de degustar otros sabores durante un largo tiempo; además, provocó una terrible quemazón en toda mi garganta, que tardaría otros tantos días en apagarse. Al cabo de unos instantes, nuestros cuerpos quedaban casi traslúcidos, emitiendo una luz grisácea. Aparecía a nuestro alrededor un aura de reluciente plata. Eso significaba que estábamos infectados, aunque su efecto duraba menos de una hora. Lo peor eran los primeros minutos, pues la sensación de ingravidez sumada a un mareo ligero y la impresión de que ibas a vomitar de un momento a otro, lo hacían sumamente desagradable. 

Pero tomar la esencia ascendida era un mal menor, pues nos permitía ver los portales poseídos que nos llevarían al plano ascendente, donde se escondía la élite de esa estirpe a la que debíamos derrotar. Y eso no era fácil, pues lo hacíamos en su terreno, en total oscuridad; una oscuridad que nos engullía una vez habíamos traspasado los portales negros. Allí todo se desfiguraba de forma grotesca: edificios oscuros, teñidos por las viscosas manchas de la maldición poseída y plagas de enemigos esparcidas aquí y allá. 

Muchas veces el terreno era ilusorio y al primer paso caíamos en un tenebroso vacío. Era preciso mirar dónde poníamos los pies; en la mayoría de ocasiones debíamos ir saltando sobre piedras que iban apareciendo a medida que nos acercábamos y volvían a desaparecer al poco. A veces esas mismas piedras eran móviles: giraban sobre sí mismas o cambiaban su rumbo, con lo que dificultaban aún más nuestro avance. En otros momentos surgían unas rocas que circulaban a gran velocidad por el espacio abierto y que podían golpearnos y hacernos perder el equilibrio. Incluso existían unas trampas en las paredes, que quedaban ocultas y se invocaban de repente. Eran una especie de soplidos poseídos que nos impulsaban al vacío. Muchos guardianes perdieron sus vidas en ese plano… 

Lo único positivo de todo era que los poseídos se creían a salvo en su escondite, rodeados de trampas y fuera del alcance de nuestras armas e intelectos. Cogerlos por sorpresa nos permitió tener ventaja y así fue como pudimos ir derrotándolos poco a poco, semana tras semana, a medida que se iban descubriendo nuevos portales y nuevas trampas que sortear. Sabíamos que cuánto más difícil era el plano, mayor sería el enemigo que escondía y mayor también nuestra gloria.


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de julio trae una imagen de la ciudad Onírica, donde se localizan todos los planos ascendientes y esta es la foto que Pedro me mandó el día 1:

Lídia Castro Navàs

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El jardín de la Salvación

Jardín de la Salvación. Imagen sacada de la red

Es curioso cómo el nombre que se le da a este jardín es tan paradójico… Hoy te vengo a contar la historia de un compañero; él era un cazador alegre que luchaba contra la oscuridad con muchas ganas, hasta el día que atravesamos ese portal vex que nos llevó al Jardín de la Salvación. 

Nos avisaron por nuestros espectros de que una horda de vex había aparecido en la Luna. Montamos rápidamente una escuadra de seis y en seguida pusimos nuestra nave rumbo hasta allí: a dos millas al este del puerto de las lamentaciones. El rastro nos llevó a una cueva oscura a la que se accedía a través de una grieta estrecha en la propia piedra. La cavidad se ampliaba al llegar a su epicentro, donde una gran puerta vex aguardaba brillando en la oscuridad casi absoluta. 

No nos lo pensamos ni un momento, la atravesamos para ser teletransportados hasta otra realidad que no esperábamos: un exultante jardín nos dio la bienvenida al otro lado. Lucían miles de plantas, algunas totalmente desconocidas, de tamaños imposibles y colores muy vivos. Un gran llanura verde con algunas esculturas de piedra salpicadas aquí y allá. Un precioso jardín… que se convertiría en el escenario de una batalla encarnizada. 

El paisaje nos abstrajo de nuestro verdadero objetivo, que era dar caza a los vex que habían instalado en la Luna esa puerta interdimensional. Pero la belleza de esa naturaleza irreal nos despistó y el ataque fue por sorpresa. 

Tuvimos que usar todos nuestros recursos para poder sortear a esos robots endemoniados y correr hasta un precipicio por donde caía lo que parecía agua, pero en realidad era fluido vex y era peor que el propio ácido sobre nuestras corazas. Teníamos que saltar para llegar hasta unas plataformas más allá. Lo hicimos todos a la vez y al llegar invoqué una barrera protectora momentánea para poder planear el siguiente paso. Fue entonces cuando nos dimos cuenta… El cazador no había conseguido saltar, había sido capturado por los vex e iban a matarlo. 

Otro compañero, un titán llamado Roy, disparó unas granadas eléctricas creando un triángulo mortal para esos robots que acabaron electrocutados, no antes de agredir a mi compañero cazador, que perdió ambas manos a causa del impacto del láser de una arpía. 

Han pasado años de esa hazaña y, desde entonces, le llamamos con cariño: Over, el manco. 


Pedro, un buen amigo virtual, se ha comprado un calendario del 2020 de Destiny (el videojuego al que dedicamos parte de nuestro tiempo) y me ha retado a escribir un relato inspirándome en cada personaje que aparece en dicho calendario. El mes de junio trae una imagen de un cazador y esta es la foto que Pedro me mandó el día 1:

Lídia Castro Navàs

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