La luz dorada del sol naciente bañaba todo el campo a mi alrededor. Incluso el cielo parecía de oro y no mostraba su típica tonalidad azul. El parque, lleno de vegetación, rebosaba de vida, aunque ni una sola persona deambulaba por ahí a esas tempranas horas. Un camino adoquinado rodeado de verde hierba pasaba frente a un banco metálico, inerte e inalterable ante la maravilla que yo estaba observando y que tanto me emocionaba. Siempre he tenido el anhelo de que alguien se siente a mi lado a observar el fantástico amanecer… Pero nunca he visto cumplidos mis deseos. Me siento privilegiado de haber nacido en esta latitud y disfrutar de tal calidad de vida. Soy feliz aquí y tengo todo lo que necesito. Además, aunque quisiera, no podría irme, pues mis fuertes raíces me lo impiden; no me refiero a raíces familiares, sino a esa parte de mí que me ayuda alimentarme. Envidio a los humanos porque cuando sienten el impulso pueden abandonar su sitio, marcharse… Sé que algunos de ellos, sin tener raíces como yo, también se sientan anclados a un lugar e incluso puede que les sea imposible moverse, por sus miedos, sus condiciones, por el peso de su sistema… Pero realmente pueden hacerlo. Yo no. Yo nací aquí y moriré aquí.
Mi consejo para esos humanos que se resisten a moverse aun sintiendo que deben hacerlo, porque están en una encrucijada en sus vidas y su felicidad depende de ello, les diría: ¡Muévete, no eres un árbol!
Esta es mi propuesta para el Va de reto, desafío literario del blog de JascNet.