Desde la fortaleza

Los inviernos desde la atalaya de la fortaleza eran largos y duros, pero mi tarea de vigía me hacía sentir importante. Toda la ciudad se hallaba a mis pies, servil e indefensa; mientras yo, altiva y robusta, disfrutaba oteando el horizonte en busca de enemigos. Y es que ese es el principal objetivo de una torre de defensa como yo.

@lidiacastro79

 

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La fortaleza

Allí estaba yo, sola, de pie frente al umbral.

Tenía todo mi cuerpo en tensión: la mandíbula apretada, la sangre circulando rauda por mis venas inflamadas, las pupilas dilatadas y el sudor empapando mi camiseta de fibra sobre la que descansaba una cota de malla extremadamente ligera.

Mi mano derecha apretaba con fuerza la empuñadura de la espada eléctrica, que chisporroteaba lista para sesgar la vida de aquel que intentara atentar contra la mía.

El portal que se hallaba ante mí daba acceso a una fortaleza. Una vez dentro, la oscuridad total me engulló, pero, incluso sin ver nada, era capaz de sentir el mal que habitaba entre sus macizos muros.

Estaba dispuesta a hacerle frente y acabar con él de una vez por todas. Nunca me había sentido tan preparada.

Lídia Castro Navàs