La cala

En cuanto salí de entre las rocas, una pequeña cala se abrió ante mí. Huía del bullicio de la ciudad y de la dichosa mudanza, que por fin había terminado. Fruncí el ceño en cuanto el sol me cegó al abandonar la penumbra. El calor del mediodía era abrasador, había sido una buena idea acarrear la sombrilla hasta allí. Estaba resuelta a tumbarme y no pensar en el centenar de cajas que me quedaban por abrir.

Lídia Castro Navàs