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En cuanto llegué a diez pasos de los gruesos muros de la fortaleza me inquieté al ver a dos orcos que flanqueaban sus robustas puertas. Decidí dar un rodeo siguiendo la muralla hasta dar con la salida de aguas residuales. El hedor era tal que sentí una arcada subir por mi garganta. Cogí aire para no vomitar y mantuve mi respiración mientras atravesaba el angosto túnel. Al final del mismo, me encontré con una reja que no fue un obstáculo para mi cuerpo menudo. Ya estaba dentro, ahora solo tenía que llegar hasta la sala del mago, situada en lo alto de la torre principal. Usé el conjuro de invisibilidad para llegar hasta allí sin ser vista. Como aún no dominaba los hechizos, la duración fue bastante corta, pero suficiente para alcanzar mi destino. La sala era de planta circular y con un par de ventanales que le proporcionaban luz suficiente. A mano derecha había una chimenea con un caldero humeante colgando encima. A la izquierda, un mostrador con un alambique oscurecido por el uso. Y en el centro, una mesa de roble con el gran libro de aspecto adusto encima. Eso era lo que estaba buscando.
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