Volvía a llover. La temperatura era fresca aún siendo un domingo de agosto; mis entrañas notaban la humedad excesiva en el ambiente. Los campistas habían vuelto, dejando esa furgoneta, azul turquesa con cortinillas, tapando mi visión. ¡Cómo odiaba ese mal gusto para los colores y los complementos; pero odiaba, más aún, que aparcaran ahí, dejando oculta mi belleza natural.
Respirar el aire fresco y húmedo de la ciudad me ha resultado gratificante, después de estar días, tal vez semanas, encerrado en la penumbra de ese reducido espacio llamado hogar. He salido por ella, no por voluntad; uno se acostumbra rápido a la inactividad total. Lo peor ha sido el esqueleto entumecido; sales a la calle, te desplegas y te estiras entre algún que otro crujido. Lo mejor, sentir las gotas de lluvia sobre mí, notar cómo resbalan hasta precipitarse en el suelo, sin traspasarme, envolviéndome con una frescura que contrasta con la calidez con que ella me sostiene con su mano.
¡Y es que soy un paraguas con suerte aunque a veces me deprima!
Voy caminando por la calle húmeda. El cielo sigue gris y la lluvia amenaza con seguir cayendo, dejando en letargo mis ansias de correr sin cadenas. Veo un árbol de ramas caídas, que casi rozan el suelo como si quisieran besarlo, pero no lo alcanzan. Y me recuerdan el frágil deseo que anida en algunos corazones solitarios.
Cae la lluvia, el árbol triste llora y yo camino.
Lídia Castro Navàs
Este es mi primer haibun, espero que no sea el último. Te dejo información sobre esta forma poética japonesa.
El triste y grisáceo cielo llora lágrimas amargas, y yo me siento a contemplar cómo acontece ese desdén a través de mi solitaria ventana.
Las lágrimas del tiempo se derraman encima de la áspera tierra y son absorbidas ávidamente, como si fueran el único elixir de la vida existente.
Las hormigas líquidas recorren el cristal, incesantes; su movimiento, casi hipnótico, me abstraen de mis monotemáticos pensamientos, sin oponer resistencia alguna. Como si el tiempo se detuviera por un instante, y yo me perdiera en la inmensidad del espacio imperturbable.
Y, por un instante, me siento en paz, en calma; esa calma tan necesaria para continuar la lucha, para seguir con los brazos en alto, dientes apretados y piernas tensionadas.
Un penetrante pinchazo, que me traspasa el cráneo, me arranca de la abstracción y me recuerda que está durando demasiado mi desconexión. Tengo que volver a posar los pies sobre el suelo, el suelo de la realidad, a veces luminosa y esplendorosa, y otras tan acerba.
¡Es hora de continuar lidiando!
Lídia Castro Navàs
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¿Qué andas buscando? ¿Qué es verdaderamente lo importante a entender y realizar? ¿Quién o qué eres? No somos, desde luego, el pensamiento. ¿Existe un yo separado e individual, o no es más que una imagen mental? ¿Qué son la mente, la conciencia, el Sí Mismo, la luz interior? Preguntas que apuntan a una "respuesta" mucho más profunda y real que lo meramente intelectual: Solo-Ser más allá de toda elaboración mental, discriminación, juicio, conceptualización, definición, categoría o dualidad sujeto-objeto. Una luz cegadora, incondicionada, que todo lo traspasa: la Mente Despierta, que a la vez es la No-Mente. La ausencia de sujeto y de todo registro mental. Todo sencillamente fluye
No se trata de nada sino de seguir viviendo dando una respuesta o una salida a ese vacío existencial original que está en el centro la galaxia llamada "yo".
Emociones, Poesía, Relatos, Carteles, Fotografías. Un doblado, "doblao" en Aracena, el pueblo de mis padres, es un lugar de la casa, en la parte más alta, bajo el tejado, al que se accede por una angosta escalera. Es un espacio no habitable donde se almacenan objetos viejos o de poco uso, y también algunos alimentos, como patatas o cebollas, entre otros. En mi Doblao del Arte guardo mis creaciones, emanadas de mis sentimientos y vivencias, que entroncan con mi imaginación, mi pensamiento, mis emociones, mi presente y mi pasado, todo ello condicionado por mis raíces.