No te echo de menos

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No te echo de menos,

solo pienso en tu voz estimulante,

y en esas tiernas atenciones que llenaban mis horas.

~

No te echo de menos,

solo me faltan tus buenos días puntuales,

y tu compañía serena en madrugadas o tardes.

~

No te echo de menos,

solo recuerdo tus buenas noches habituales,

acompañadas de abrazos cálidos y dulces sueños.

~

No te echo de menos,

solo es mi memoria traicionera,

que te creó a su antojo y para su complacencia.

~

No te echo de menos,

porque no existes.

 

Lídia Castro Navàs

Recuerdo indeleble

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Entré en la habitación y todos estaban reunidos. Unos, en pequeños grupos, hablaban en voz muy baja; otros, más apartados, tenían la mirada perdida y se mantenían en silencio. El sol de mayo se colaba por los balcones, pero su calidez apenas era perceptible. Y, entonces, la vi a ella: su tez pálida y la inexpresión de su rostro me impactaron. Estaba claro que ese cuerpo hinchado e inerte ya nada tenía que ver con mi abuela.

Lídia Castro Navàs

El sentir de los recuerdos

Los recuerdos pernoctados se despiertan entre sueños y espabilan el dolor anestesiado de mis entrañas.
Esa realidad onírica marca en mi piel las heridas como si fueran tatuajes y reviven los sentidos, dormidos en lo más profundo del inconsciente, donde estaban ignorados, pero no olvidados… Ya no duelen como antes y mi corazón diseña nuevas estrategias de escape, que son un refrescante bálsamo para mis llagas casi curadas.
Y levanto la mirada al cielo, que se descubre azul y despejado, y vuelvo a ver el sol; aunque brilla diferente… igual que yo.

@lidiacastro79

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Lágrimas de lluvia

nublados

El triste y grisáceo cielo llora lágrimas amargas, y yo me siento a contemplar cómo acontece ese desdén a través de mi solitaria ventana.

Las lágrimas del tiempo se derraman encima de la áspera tierra y son absorbidas ávidamente, como si fueran el único elixir de la vida existente.

Las hormigas líquidas recorren el cristal, incesantes; su movimiento, casi hipnótico, me abstraen de mis monotemáticos pensamientos, sin oponer resistencia alguna. Como si el tiempo se detuviera por un instante, y yo me perdiera en la inmensidad del espacio imperturbable.

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Y, por un instante, me siento en paz, en calma; esa calma tan necesaria para continuar la lucha, para seguir con los brazos en alto, dientes apretados y piernas tensionadas.

Un penetrante pinchazo, que me traspasa el cráneo, me arranca de la abstracción y me recuerda que está durando demasiado mi desconexión. Tengo que volver a posar los pies sobre el suelo, el suelo de la realidad, a veces luminosa y esplendorosa, y otras tan acerba.

¡Es hora de continuar lidiando!

Lídia Castro Navàs