En la calle

2016-07-17 19.51.09

Foto del instagramer: @mglenriquez

Es una calle estrecha, oscura y tortuosa. De las fachadas desconchadas cuelgan cables y ropa tendida. Encima de una puerta, un cartel rojo con letras negras indica la entrada a una taberna.  Y, al fondo, justo en medio del paso están ellos: él está de pie y viste un vaquero y una camiseta negra; ella, un vestido corto de color turquesa y está sentada en el sillín de su bicicleta. Están charlando a corta distancia ajenos a lo que sucede a su alrededor.

@lidiacastro79

Licencia de Creative Commons
Mis historias y otros devaneos by Lídia Castro Navàs is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License

 

Mis mareas

6132555825_8b747b7ab6_b

Foto: goo.gl/CkYBiQ

No necesito esperar a la noche para que la oscuridad me lleve.

Todo se tiñe de negro a mi alrededor y mi brillante esencia se esconde en lo más profundo de mí, por temor.

Y, de repente, todo explota. Se abre la veda. Soy incapaz de detener el caudal de emociones que se agolpan en el espacio reducido de mi pecho encogido por la angustia. Y se precipitan a borbotones en forma de lágrimas y sollozos. Vomito gritos, se me desgarra el alma y me domina el dolor por un instante que se me hace eterno.

Pero, del mismo modo que se inicia, llega a su fin. Sin más.

Y aflora de nuevo la luz de mi alma, que me arropa con su calidez y me reconforta. Y así, mi mar emocional se calma, hasta la próxima marea…

@lidiacastro79

Licencia de Creative Commons
Mis historias y otros devaneos by Lídia Castro Navàs is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License

Me tengo a mí

¿Por qué es tan terrible la luz de la luna? Eso me pregunto cuando la admiro inquieta desde mi ventana entreabierta. Pero aún me parecen más terribles las sombras que ésta proyecta sobre mí noche tras noche.

Me gustaría alcanzarla con las puntas de mis dedos y acercarla a mí, para acompañar mi soledad. Y con ella iluminaría los rincones más oscuros de mi alma, esos a los que tanto temo y que me roban los sueños y el descanso.

Entonces me acurruco debajo de mi pesada manta y me abrazo fuerte hasta sentirme entera. Y en ese momento me percato que no estoy sola, me tengo a mí.

Lídia Castro Navàs

El lento devenir de las cosas

Un resquicio de luz todavía viva se colaba por la ventana mientras ella observaba la nada, con la mirada perdida, como si su cuerpo hubiera quedado abandonado por un momento; como si su mente hubiera huido, a escondidas, muy lejos de allí.

El hecho de poner en orden todos sus pensamientos, sentimientos, emociones… era muy necesario, pero no siempre era hábil para meditar de forma consciente. Terminaba por desistir y volver a la rutina, pensando: «Al menos lo he intentado» y dejando en una frágil cajita de cristal todos los conflictos sin resolver y todas aquellas cosas que le causaban tanto malestar.
Lo único que calmaba su alma inquieta y apaciguaba los insistentes latidos de su corazón, era la compañía de su propia soledad y el hecho de perderse dentro (o fuera) de sí misma.
No siempre conseguía acallar los incesantes pensamientos, que incansables daban vueltas en su cabeza, ni alcanzaba dominar sus ansias de gritar y sollozar hasta desgarrarse la garganta… pero, la mayoría de las ocasiones, lograba mantener todo eso a buen recaudo en su cajita.
No era consciente de que se había convertido en la Pandora de sus propios males y era totalmente ajena a las consecuencias que eso le podía ocasionar tarde o temprano.

4db7a17cf5007366d6861e283af9f90c

Mientras un mar de emociones se agolpaban en un reducido espacio de cristal, ella seguía su vida, a la espera que, como si de vapor de agua se tratase, aquella cajita quedara vacía y preparada para contener más de aquello que tanto la flagelaba por dentro.

Lídia Castro Navàs

Hastío de una tarde de verano

Los quejidos de las chicharras resuenan en mis oídos como martillos pneumáticos sobre el asfalto y se van mezclando con las notas suaves de la música que sale de mi dispositivo soñoliento.

La abrasante tarde avanza lenta y desidiosa al compás de un metrónomo invisible, mientras un aire sofocante hace que la toalla tendida se agite en una especie de baile desenfrenado, como queriendo escapar de las redes de las pinzas de madera, que no ceden ante nada.

La azulada agua reposa impasible a la espera de que algún pájaro o insecto volador se le acerque y bese su lisa superficie.

Las moscas, mientras tanto, continúan incansables con su misión de hacer que mis piernas no paren quietas ni un instante…  ¡qué calor tan delirante!

Pero el final del día ya se aproxima, momento en que el cielo se teñirá de añil dando un descanso a las molestas cigarras a la vez que a mis pobres sentidos.

 

@lidiacastro79

Lágrimas de lluvia

nublados

El triste y grisáceo cielo llora lágrimas amargas, y yo me siento a contemplar cómo acontece ese desdén a través de mi solitaria ventana.

Las lágrimas del tiempo se derraman encima de la áspera tierra y son absorbidas ávidamente, como si fueran el único elixir de la vida existente.

Las hormigas líquidas recorren el cristal, incesantes; su movimiento, casi hipnótico, me abstraen de mis monotemáticos pensamientos, sin oponer resistencia alguna. Como si el tiempo se detuviera por un instante, y yo me perdiera en la inmensidad del espacio imperturbable.

20120504_Ventana_3169

Y, por un instante, me siento en paz, en calma; esa calma tan necesaria para continuar la lucha, para seguir con los brazos en alto, dientes apretados y piernas tensionadas.

Un penetrante pinchazo, que me traspasa el cráneo, me arranca de la abstracción y me recuerda que está durando demasiado mi desconexión. Tengo que volver a posar los pies sobre el suelo, el suelo de la realidad, a veces luminosa y esplendorosa, y otras tan acerba.

¡Es hora de continuar lidiando!

Lídia Castro Navàs

Qué curioso el paso del tiempo…

tiempo-1

Qué curioso el paso del tiempo, ciñendo irremediable la espada de Democles sobre nuestras temblorosas cabezas.

Cuando aún no nos hemos dado cuenta de la velocidad a la que circula la vida, esta da un respingo justo en frente de nuestras narices para advertirnos de que la cosa va de veras. No hay vuelta atrás…

¡Y yo que pensaba que era tan solo un bulo inventado por aquellos sádicos impasibles que quieren amargar la existencia del resto!

¿Y qué hay de las ilusiones creadas en tiempo de aulas? ¿Y qué pasa con los proyectos en pausa, esperando una ocasión más propicia? ¿Y qué, de todos los buenos momentos vividos, que pasaron inadvertidos, casi susurrantes, con otras cosas ocupando nuestra cabeza, anhelando aquello que no teníamos y esperando que el tiempo lo consiguiese para nosotros?

¡Vaya con la estupidez humana!

Y, de repente, vuelvo sentir esa embriagadora sensación que casi había olvidado, como borrada de mi disco duro interno por un maldito gusano informático creado por un azulado y desidioso hacker en su lúgubre zulo.

La espada sigue ahí, pero su peso se vuelve más liviano, a veces, más fácil de soportar, solo a veces… aunque sigue estando ahí, al acecho, como quien espera paciente la llegada de su presa nocturna.

tiempo

Lídia Castro Navàs

¿Será la llegada de la nueva estación?

Imatge

En una tarde de desidia en la que el sol ilumina todo lo que toca con su calidez, observo unos rayos que se cuelan tímidos por mi ventana entreabierta y que al llegar a la librería repleta de volúmenes impasibles, van deambulando por encima de los lomos polvorientos con sumo cuidado, como dando color a un lienzo invisible.

El tiempo se escapa entre mis manos, igual que la luz del sol, que quiere apagarse como desangrándose a causa de una herida superficial. Las notas de música bailan frenéticas por todo el espacio que me envuelve y me hacen sentir bien.

Oprimo las ganas de saltar de la silla y gritar con todas mis fuerzas, para hacer saber al Universo mis más ansiados pensamientos. En vez de eso, pongo negro sobre blanco para intentar apaciguar mis exaltados sentidos.

Algo llega a mis sienes dejándome sin aliento por un instante, fugaz e incierto. Y no puedo evitar moverme levemente al compás de la música que me acompaña y dejarme sentir… como si una ínfima parte de mi Ser notase el inicio de algo nuevo, diferente.

Y vislumbro la ansiada luz, al final de mi largo y cansino túnel. Por fin la luz gana la dura batalla a la temida oscuridad y la dicha me acaricia con sus gráciles dedos. ¿Será la llegada de la nueva estación?

Lídia Castro Navàs