Stella

Me sumo a la iniciativa El viaje de la Blog-T-ella y aporto un microrrelato para acompañar tan delicada ilustración en su peregrinar por el mundo de las letras.

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Stella

Cada noche llenaba el cielo de estrellas; estrellas que ella misma creaba mientras soñaba. Los humanos adoraban observarlas, a solas o en compañía; creían que siempre estaban ahí y podían verlas a causa de la ausencia de sol, pero lo que no sabían es que eran los sueños de Stella, un minúsculo ser que habitaba en una botella, viajaba por la inmensidad del océano y tenía ese preciado don: sus sueños se transformaban en pequeños puntos de luz que escapaban de su cuerpo, se colaban por el cuello de la botella y se esparcían por el universo. Gracias a ella, los humanos tenían estrellas que admirar por las noches.

Lídia Castro Navàs

Mirando las estrellas

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La humedad de la noche había cubierto todas las superficies: hierba, flores, mármol, piedra… Se tumbó a contemplar las estrellas desde lo alto de su morada. Un profundo vacío llenaba su pecho exánime; no conseguía abandonar esa sensación de perpetuo malestar que se había instalado en su ser. Una tenue línea de luz iluminó el horizonte anunciando un nuevo día y le señaló que era hora de volver a su sarcófago.

@lidiacastro79

Entrada para participar en el Reto 5 líneas del blog de Adella Brac quien me ha concedido esta medalla de bronce por mi participación en el reto. Mil gracias, Adella 🙂

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En la playa

Es de noche y una joven camina descalza por una playa. Lleva un vaporoso vestido negro y el pelo, algo despeinado por la brisa que sopla casi imperceptible, le cubre el rostro. En sus manos aguanta una bengala encendida y baila de forma relajada. Su danza no se debe al efecto del alcohol, ni de ninguna droga psicotrópica, es algo mucho más sencillo… se siente feliz por primera vez desde hace tiempo. Y su forma de expresarlo es bailando consigo misma. Lo único que rompe con la oscuridad son las centellas que desprende el fósforo y la luz apagada que proyecta una hoguera lejana, donde un grupo de personas charlan animosamente. Por detrás, solo hay una inmensa negrura. Aunque en realidad, tras ese telón negro, hay miles de estrellas brillando en el firmamento. Pero nadie las ve. Lo único perceptible es el rumor del agua del mar en su vaivén incansable, que acompaña a la chica del vestido negro en su baile hipnótico.

Lídia Castro Navàs

Entre estrellas

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Foto: @SetahBastet

Habíamos ido a observar las estrellas. Llevábamos preparando nuestra escapada astronómica más de tres semanas. Lo teníamos todo previsto: la tienda de campaña y los sacos de dormir listos, el telescopio preparado, la nevera llena de provisiones. Sin olvidar el termo de té, indispensable para hacer pasar el frío y aguantar hasta altas horas de la noche sin bostezar. Una gran emoción nos invadía el pecho haciéndose paso a través de nuestras almas.

El lugar escogido era inhóspito y a la vez ideal. Un bosque solitario y apartado, lejos de la civilización y sin contaminación lumínica que estropease nuestro más ansiado propósito: observar las estrellas en calma y trasladarnos hasta el cielo a través del objetivo del telescopio.

Al llegar a nuestro destino, el sol ya se estaba poniendo y los árboles mortecinos proyectaban unas inquietantes sombras espectrales. El suelo húmedo estaba lleno de hojas recién caídas y algunas ramas secas crepitaban bajo mis botas.

La superficie del lago, junto al que nos disponíamos a acampar, reposaba imperturbable. Una fina capa de vegetación muerta recubría toda su superficie, dándole un aspecto de manto orgánico en proceso de descomposición.

Con la caída de la noche, acompañada de toda clase de sonidos turbadores, llegó el momento esperado. Apagamos la luz de gas y acercamos nuestros ojos al cielo, en silencio, disfrutando del instante irrepetible.

Un sonido casi terrorífico heló nuestra sangre, a la vez que perturbó nuestra paz…. Los dos levantamos las cabezas al unísono y con incredulidad pudimos observar un espectáculo inefable. Una cegadora luz surgía de las oscuras y profundas aguas del lago, a la vez que iluminaba todo a su alrededor de forma inevitable. La incertidumbre por el origen de tan extraño fenómeno nos abordó súbitamente. La luz ascendía lenta e irremediablemente, como un espíritu que intenta alcanzar la eternidad. Hacia al cielo. Cada vez más lejos. Nuestro asombro no cesó hasta que, la cada vez más pequeña luz, llegó al cielo y se reunió con la multitud de estrellas.

Acabábamos de presenciar algo inexplicablemente bello.

Lídia Castro Navàs