En cuanto llegué a Marsella el Chef Castelle me esperaba en la estación. Su aspecto decrépito y desaliñado me impactó. Nada tenía que ver con las fotos que antaño llenaran las primeras planas de las revistas gastronómicas más prestigiosas.
Aparté ese pensamiento de mi cabeza, pues por fin averiguaría el propósito de su demanda. Era algo que me inquietaba bastante, pues no entendía qué querría un gran chef venido a menos de mí, un humilde zapatero.
Esta entrada es la continuación de una historia a la que mi compañera Ana Centellas me ha retado a continuar. Para más información mirad en su blog: AQUÍ
Por mi parte, reto a mi apreciado amigo Carlos a continuarla.