Hipocondría

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Foto: Pixabay

Hace días que no me encuentro bien: me palpita el corazón muy fuerte, me falta el aliento… He mirado referencias por internet y todo lo que salía era muy grave; sé que no debí hacerlo, pero la curiosidad me pudo. El único síntoma que no aparecía era esa sensación de mariposas en el estómago y el hecho de que todo me pasa cuando estoy contigo. Estoy preocupada…

Lídia Castro Navàs

Un amor único

Mis palabras se quedan cortas

al querer expresar lo que siento por ti.

Jamás he experimentado un amor tan inmenso,

tan puro, tan incondicional.

Ese es mi amor por ti, mama. Un amor único.

Espero que nuestras almas

sigan vibrando en la misma frecuencia,

en esta vida y en las que queden por venir.

Gracias por tanto.

 

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¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!

Lídia Castro Navàs

Frío

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Hace frío, frío intenso.

Esa clase de frío

que paraliza los músculos y entumece las articulaciones;

que ralentiza la circulación y coagula hasta la sangre.

Esa clase de frío

que reseca la piel y agrieta los labios;

que entristece los ojos y hiela hasta el alma.

Esa clase de frío

que nace dentro,

en un corazón solitario y endurecido por tu ausencia.

 

Lídia Castro Navàs

Sangre roja; día negro

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Puedo escuchar perfectamente las voces de los manifestantes que piden respeto y libertad. Las cacerolas han dejado paso a las flores rojas en sus manos; rojas como el color de la sangre inocente vertida el domingo. Aún recuerdo cómo algunos se mantenían en posición horizontal y fueron arrastrados a la fuerza. Otros, golpeados con violencia sin ninguna razón. Espero no vivir jamás otro día negro como ese.  

@lidiacastro79

Esta entrada es para participar en el Reto 5 líneas del blog de Adella Brac.

 

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Ella

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No hay un corazón tan puro,

en un pecho más hinchado de orgullo.

Ella siempre está, incluso cuando huyo,

para ayudarme en un momento duro.

Nunca baja la guardia,

ni siquiera cuando la luz me alcanza.

Y vigila mi retaguardia,

mostrando su implacable templanza.

¡Mil gracias a la que me dio a luz y sigue iluminando mi camino!

T’ESTIMO MAMA

@lidiacastro79

 

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Aroma de coco

Cuando despertó, todavía estaba allí. Tenía los ojos aún cerrados pero percibió el inconfundible aroma de su piel. Yacían desnudos, cubiertos solo en parte, por una sábana de lino blanca. Dormían de lado y él tenía su rostro casi rozando la sensual espalda de su compañera. Inspiró profundamente: olía a coco. Ese era el aroma que desprendía su morena y tersa piel. Normalmente, su dermis era más bien rosada, aunque en verano adquiría ese tono bronceado que tanto le atraía. Alargó los dedos con sumo cuidado y la acarició suavemente. Su tacto se le antojó ardiente y por un momento tuvo el impulso de abrazarla entera, pero se frenó para dejarla descansar y así admirarla mientras dormía. Era la primera vez que podía hacerlo y lo estaba deseando.

Las curvas de su cuerpo se veían pronunciadas dada la posición. Su brazo derecho reposaba en el costado y la mano le caía hacia adelante en la zona de la cadera. La línea de la columna se le marcaba ligeramente a lo largo del dorso. Él la ascendió con la mirada, hasta toparse con un pequeño tatuaje que se mostraba en su hombro derecho. Sus rizos rojizos caían por su cuello de forma desordenada. Le encantaba juguetear con ellos cuando tenía ocasión, por eso puso el dedo índice en el interior de un bucle, sin llegar siquiera a tocarla. Ella no siempre se lo permitía. De hecho, no le gustaba demasiado que le palparan el cabello. Del carnoso lóbulo de su oreja colgaba una libélula plateada. Eran sus pendientes especiales, decía ella.

Esa noche había sido, sin duda, especial.

Encima de la mesilla todavía estaban la botella de cava vacía y el bol que había contenido unas exquisitas fresas. De debajo del bol asomaba el billete de avión que él había cogido sin pensarlo dos veces, para darle una sorpresa.

¡Y vaya si la había sorprendido!

Mientras rememoraba esos instantes, de repente, ella inspiró profundamente y, a la vez que exhalaba, se giró hacia él. Pudo observar cómo sus perfiladas pestañas se entreabrían y dejaban al descubierto esos ojos castaños, con matices dorados, que tanto le gustaban.

Buenos días -dijo ella al tiempo que una adorable sonrisa se dibujaba en sus labios.

Estiró los brazos hacia él, hundió el sonrojado rostro en su pecho y se fundieron en un abrazo cálido y tierno. Se quedaron así, entrelazados, en silencio, disfrutando de su primer despertar juntos.

@lidiacastro79

Entrada para participar en el reto Inventízate del blog: El libro del escritor

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Quizás nada, quizás todo

Sentada en el vagón del tren, leía ávidamente la novela romántica que me tenía atrapada. Mi trayecto era largo y me permitía sumergirme en la lectura quedando al margen del mundo. Ni siquiera percibía a los pasajeros que iban y venían por el pasillo… Hasta que ÉL se levantó para bajar.

Había estado ahí todo el tiempo y no me había percatado. Por un instante, mi absorta mente fue arrancada de los brazos del libro y atraída por su brillante esencia. El tiempo se paró, igual que mi respiración. Intentaba retener en mi memoria cada forma, cada detalle, cada sensación… Pero todo fue muy rápido. Me hubiera gustado poder posar mis pupilas sobre las suyas y mirar más allá del color de sus ojos. ¿Qué hubiera visto? Quizás NADA, quizás TODO.

Lídia Castro Navàs

Sakura

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Llorando a los pies del túmulo donde yacía su difunto marido pasaba los días. Sumida en el dolor por la pérdida era incapaz de retomar el hilo de su propia vida.

Había sido enterrado meses atrás, sin ostentaciones, como él quería, tal y como establecía el bushidō (el código ético de los samuráis).

En el kofun, junto con el cuerpo sin vida del guerrero, se habían depositado sus más preciados bienes: la armadura, un espejo de bronce, unas estatuillas de barro y, por supuesto, sus espadas: La katana, delicadamente forjada para él. La wakizashi, que siempre llevaba colgada en su cinto. Y el tantō, con la que acabó con su propia vida.

La decisión no debió ser fácil, pero no hay mayor honra para un samurái que dar la vida por su señor. La muerte no es algo temido ni lejano, es parte de la existencia. Él había aprendido eso a muy temprana edad. 

Ante la derrota y la muerte de su amo, llegó el momento de afrontar la situación y prepararse para el seppuku. No iba a permitir que el enemigo le hiciera prisionero.

Resguardado en un rescoldo, en pleno campo de batalla, echó un gran trago de sake y escribió unos últimos versos dedicados a su esposa. Sentado sobre sus rodillas, se abrió las vestiduras y empuñó el tantō, no sin antes envolverlo cuidadosamente con un papel de arroz. Situó el filo de la daga en su abdomen. Con determinación y una fuerza inusual hizo un corte rápido, de izquierda a derecha. Volvió el filo al centro y subió verticalmente hacia el esternón, hasta desentrañarse por completo.

Sufrió una larga y horrible agonía antes de caer finalmente muerto. Pero, de ese modo, consiguió salvaguardar su honra y la de su propia familia.

La desazón y la pena habían convertido a su entregada esposa en un espectro que paseaba su liviano cuerpo, enfundado en un kimono blanco, desde su casa hasta la sepultura, y el camino de vuelta.

El suyo había sido un amor cultivado con tiempo, con paciencia, con respeto… El trato que se profesaban era cortés y amable. Una sola mirada les era suficiente para comunicarse. Él era un hombre discreto en público y de pocas palabras; en cambio, en privado, era un amante muy entregado y a la vez delicado. Apreciaba la poesía, las bellas artes… Y a menudo se refugiaba en la creación de jardines flotantes. Los cuidaba con sumo mimo, como todo lo que hacía.

Y ahora ella rememoraba esos momentos vividos a su lado, mientras observaba con sus llorosos ojos las flores que reposaban sobre el sepulcro. Siempre que podía, llevaba consigo un ramo de sus flores preferidas para colocarlas en la tumba. La flor del cerezo es tan delicada que a las pocas horas de ser cortada ya se ha marchitado; y pensó: “como la vida del samurái: bella, pero breve”.


Una alumna se inspiró en mi relato para hacer esta ilustración 😀 ¡Gracias, Ari!

samurái

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Lídia Castro Navàs

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