Reto: Solo una etapa

No soy muy amante de seguir cadenas de nominaciones entre blogs, más que nada por falta de tiempo.

Ayer Úrsula, de El blog de Úrsula me nominó para un reto un tanto diferente. Al principio pensé en ignorarlo, pero la historia privada que ella misma nos desvela me hizo empatizar, pues yo misma pasé por una separación traumática. El tiempo pasa y, aunque las heridas no curan, ya no duelen.

Toda etapa de la vida difícil nos enseña algo y de todo se puede sacar un fruto; mi fruto fue abrir un blog y ponerme a escribir como una posesa; y, con vuestros ánimos, acabé por publicar mi primer libro: Mis historias y otros devaneos, un recopilatorio de 101 microrrelatos. Pero no me quedé ahí, sino que estoy apunto de publicar mi cuarto libro en dos años.

Esto que os he contado ya sería suficiente como reto, pues se trata de explicar algo que nos haya marcado en la vida, pero quiero compartir otra cosa que me marcó y me llevó a plasmarlo en un micro que se llama Recuerdo indeleble.

Todos los procesos de duelo son emocionalmente difíciles, ya sean por separación o muerte. Pues bien, ese micro contiene lo que yo sentí por una muerte cercana y a una edad sensible, durante mi adolescencia.

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La de la foto soy yo en el Guggenheim de Bilbao. Foto hecha por @setah.bastet

«A veces la vida nos conduce a callejones sin salida. Hay quien se queda anclado ahí toda su vida, y hay quien se da la vuelta y busca una salida. Yo busqué una salida».

Espero que me perdonen Úrsula y los organizadores del reto, pero no voy a nominar a nadie. De las personas que me siguen y lean esto pueden hacerlo como si las hubiera nominado. 

Lídia Castro Navàs

 

A mi Divinidad 

Dulce luz dorada la que desprende tu mirada.

Ilumina mi camino por senderos no siempre afables,

y me guía en el trayecto de la vida apresurada,

hasta alcanzar mis aprendizajes, nada fáciles.


Gracias a mi Divinidad,

por sus duras enseñanzas 

que me brindan la posibilidad,

de evolucionar en mis andanzas.


@lidiacastro79 


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Las vueltas de la vida

La vida da muchas vueltas, como las ruedas de una bicicleta… Esa tarde la ciudad estaba inusualmente tranquila, el sol de otoño era aún cálido y pasear en bici era una buena manera de despejar mi mente embotada. Y, realmente, funcionó. Los pensamientos que me preocupaban se desvanecieron y la energía rellenó todos mis músculos. En cuestión de minutos me sentía genial, hasta que me arroyó el camión. Topó conmigo de frente. No pude esquivarlo. Ahí, se acabó todo.
@lidiacastro79

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Descifrando la vida

Era una persona decidida, inquieta y activa, de esas que cuando acaban de comprar un aparato tecnológico, lo usan sin leer las instrucciones. No le gustaban nada esos libritos endemoniados, llenos de minúsculas letras en los que nunca encontraba el idioma que buscaba… ¡los odiaba! Pero justo en ese momento, la vida la había puesto en una encrucijada y deseaba tener un manual para saber qué hacer a continuación.
@lidiacastro79

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Sakura

1

Llorando a los pies del túmulo donde yacía su difunto marido pasaba los días. Sumida en el dolor por la pérdida era incapaz de retomar el hilo de su propia vida.

Había sido enterrado meses atrás, sin ostentaciones, como él quería, tal y como establecía el bushidō (el código ético de los samuráis).

En el kofun, junto con el cuerpo sin vida del guerrero, se habían depositado sus más preciados bienes: la armadura, un espejo de bronce, unas estatuillas de barro y, por supuesto, sus espadas: La katana, delicadamente forjada para él. La wakizashi, que siempre llevaba colgada en su cinto. Y el tantō, con la que acabó con su propia vida.

La decisión no debió ser fácil, pero no hay mayor honra para un samurái que dar la vida por su señor. La muerte no es algo temido ni lejano, es parte de la existencia. Él había aprendido eso a muy temprana edad. 

Ante la derrota y la muerte de su amo, llegó el momento de afrontar la situación y prepararse para el seppuku. No iba a permitir que el enemigo le hiciera prisionero.

Resguardado en un rescoldo, en pleno campo de batalla, echó un gran trago de sake y escribió unos últimos versos dedicados a su esposa. Sentado sobre sus rodillas, se abrió las vestiduras y empuñó el tantō, no sin antes envolverlo cuidadosamente con un papel de arroz. Situó el filo de la daga en su abdomen. Con determinación y una fuerza inusual hizo un corte rápido, de izquierda a derecha. Volvió el filo al centro y subió verticalmente hacia el esternón, hasta desentrañarse por completo.

Sufrió una larga y horrible agonía antes de caer finalmente muerto. Pero, de ese modo, consiguió salvaguardar su honra y la de su propia familia.

La desazón y la pena habían convertido a su entregada esposa en un espectro que paseaba su liviano cuerpo, enfundado en un kimono blanco, desde su casa hasta la sepultura, y el camino de vuelta.

El suyo había sido un amor cultivado con tiempo, con paciencia, con respeto… El trato que se profesaban era cortés y amable. Una sola mirada les era suficiente para comunicarse. Él era un hombre discreto en público y de pocas palabras; en cambio, en privado, era un amante muy entregado y a la vez delicado. Apreciaba la poesía, las bellas artes… Y a menudo se refugiaba en la creación de jardines flotantes. Los cuidaba con sumo mimo, como todo lo que hacía.

Y ahora ella rememoraba esos momentos vividos a su lado, mientras observaba con sus llorosos ojos las flores que reposaban sobre el sepulcro. Siempre que podía, llevaba consigo un ramo de sus flores preferidas para colocarlas en la tumba. La flor del cerezo es tan delicada que a las pocas horas de ser cortada ya se ha marchitado; y pensó: “como la vida del samurái: bella, pero breve”.


Una alumna se inspiró en mi relato para hacer esta ilustración 😀 ¡Gracias, Ari!

samurái

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Lídia Castro Navàs

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